Los ahorros de Chelo

Miriam Celaya

05 de junio 2014 - 13:30

La Habana/Desde hacía algún tiempo Chelo insistía en "recoger" su dinero, guardado en la confortable seguridad de una bóveda de banco. En los últimos meses la vejez le está pesando demasiado y ha comenzado a pensar con frecuencia en la cercanía de la muerte. Hace varios años sufrió un infarto. A su corazón, achacoso y cansado, le cuesta mantener el ritmo, por lo que se fatiga con facilidad; además, padece de cataratas, de trastornos digestivos y, como si esto fuera poco, varias isquemias transitorias han venido limitando su independencia. En tales condiciones y con sus 87 años cumplidos, ya no puede permitirse andar solo por la calle debido al riesgo de una caída o un accidente, así que, pacientemente esperó a que su hija hiciese un tiempo en medio de sus ocupaciones y lo acompañase a cerrar la cuenta de Formación de Fondos que él había abierto 13 años atrás en el Banco Metropolitano enclavado en la calzada de Ayestarán, justo frente a 19 de Mayo, en La Habana.

"Voy a tirar con ese dinerito lo que me queda de vida", me comentó muy animado esa mañana, mientras se disponía a hacer la gestión. Chelo creía que abrirse aquella cuenta en 2001 había sido una sabia decisión. Había aprovechado que tenía algunos ahorros en moneda nacional (siempre fue muy austero, e incluso tenía una bien ganada fama de tacaño en su familia), de manera que había logrado acumular una suma medianamente respetable para tratarse de un anciano que en aquel entonces ya era septuagenario. Y aunque Chelo goza de perfecta lucidez, por las dudas, en dicha ocasión lo había acompañado también uno de sus hijos.

Las condiciones del contrato cerrado con el Banco cuando creó su cuenta estipulaban que, en correspondencia con los fondos depositados por él y si no efectuaba extracciones, cada año percibiría un incremento de 2 mil pesos por concepto de intereses. Por supuesto, podría cerrar la cuenta en el momento en que así lo considerara oportuno. A Chelo le pareció un excelente acuerdo. Mientras sus ahorros creciesen perfectamente protegidos en el Banco Metropolitano al amparo de aquel benévolo contrato, él podría ir tirando con el dinerito de su jubilación y con algo que le entrara informalmente del negocio de caramelos, cuchillas de afeitar y otras menudencias que solía vender para redondear los gastos de la vida cotidiana.

Ahora que ya no se siente con fuerzas suficientes para buscarse el dinero extra, y asumiendo que el valor de su jubilación de 200 pesos (equivalentes a 8 CUC) es puramente simbólico, Chelo hizo sus cálculos: tras 13 años de acumulación de fondos, con un incremento de 2 mil pesos anuales, sus ganancias se acercarían a los 26 mil pesos, solo por concepto de intereses. Esto, sumado al monto inicial de la cuenta, sería suficiente para llegar al final de su vida, "que ya yo tengo listo el equipaje para irme en cualquier momento".

La primera sorpresa, ya frente a la ventanilla en la que lo atendieron en el banco, fue que su cuenta había sido "congelada" pocos meses después de haberla abierto, debido a "la falta de movimiento". Hicieron pasar a Chelo a tomar asiento ante un escritorio en el que una amable burócrata comenzó a desplegar un profuso papeleo a fin de encontrar los rastros de aquella antigua cuenta y "descongelarla", mientras el viejo esperaba serenamente: estaba dispuesto a permanecer allí sentado el tiempo que fuese necesario con tal de salir del banco ese mismo día en posesión de su capital.

Quizás algún pícaro funcionario debió considerar que un cliente tan anciano ya habría pasado a mejor vida, y habría dispuesto la "congelación" del dinero; nunca se sabe con certeza lo que se cuece tras las puertas de las oficinas de las instituciones estatales. Después de todo, ¿con qué frecuencia se ha visto en este país, en medio de la inflación galopante, un veterano cercano a su novena décadas en posesión de varios miles de pesos descansando en una cuenta bancaria? No por casualidad los viejos que acuden a los bancos suelen ser los que hacen la cola una vez al mes para cobrar sus magros cheques de pensionados.

La segunda sorpresa de Chelo fue mayor aún, cuando –tras más de una hora de trámites y firmas– finalmente le entregaron su dinero y entonces descubrió que en los 13 años transcurridos, pese al contrato legal que lo respaldaba como titular de una cuenta de formación de fondos, el monto total de los intereses acumulados era de solo 800 pesos, es decir, la equivalencia a 32 CUC. El interés anual había sido de 61 pesos y 53 centavos, menos del 5% de los 2 mil pesos anuales prometidos. Si de algo sabe Chelo es de números, así que estaba perplejo.

Entre incrédulo y confundido, a la salida del banco sostenía en sus manos aquel pequeño fajo de billetes en los que había cifrado la seguridad de sus últimos ¿años, meses? de vida. No estaba particularmente triste, pero se sentía estafado. "Esta gente no son leales; esto no fue lo que me explicaron aquí cuando abrí la cuenta. Debí jugar mi dinero a los gallos, invertirlo en algún negocito y guardar yo mismo las ganancias en lugar de meterlo en esta cuenta", sentenció el viejo. Pero él sabe que ya no tendrá la oportunidad de enmendar el error, de manera que, asimilando con valentía aquel golpe bajo, añadió casi con optimismo: "De todas maneras siempre es bueno contar con una tierrita cuando uno llega a mis años".

Por un momento pensé animar a Chelo a presentar alguna demanda legal, a rebelarse contra el engaño del que había sido víctima, pero desistí. Hubiera sido más costoso, incluso más despiadado, condenar al viejo al vía crucis de pasar el resto de su vida persiguiendo en vano la justicia en un país en el que, además del dinero, hace décadas se perdieron los derechos.

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