La Unión de Jóvenes Comunista y la devaluación de su militancia

IX Congreso de la UJC
Los jóvenes han perdido la motivación por ser militantes en la UJC
Reinaldo Escobar

05 de abril 2016 - 11:01

La Habana/Los estereotipos sociales tienen su momento. En la Cuba de los años 50, estar bautizado, haber hecho la primera comunión o haberse casado por la iglesia eran cartas de presentación que identificaban a las personas "decentes". Ser bachiller, tener un título universitario o pertenecer a una logia masónica, abría muchas puertas; comportarse con urbanidad en una mesa o saber hacerse el nudo de la corbata denotaba buen gusto y distinción.

Una década después, lo importante era haber participado en las zafras del pueblo, haber caminado los 66 kilómetros, subido los cinco picos, aprobado las Escuelas de Instrucción Revolucionaria y, muy especialmente, haber disparado al enemigo, ya fuera en Girón o en el Escambray. Para un joven de 20 años que pretendiera que su reputación fuera valorada socialmente de forma positiva, el máximo galardón era ser militante de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC).

Los padres preguntaban a sus hijas si el novio era "de la juventud" y en las escuelas o los centros de trabajo portar el carné de la organización era motivo de orgullo, al extremo que en algunas esferas se empezó a generar preocupación por el surgimiento de un fenómeno que algunos llamaban "la vanidad revolucionaria".

Ya no es posible identificar a un militante de la juventud comunista por la forma de peinarse o vestirse. Aquella jactancia por los méritos acumulados o por las tareas heroicas desempeñadas se ha desvanecido irremediablemente

Es difícil precisar en qué momento los jóvenes cubanos empezaron a mostrar resistencia a ser captados para la UJC. Las instituciones docentes y las administraciones de empresas estatales casi obligaban a los militantes a convertirse en delatores y empezaron a usar a esta "vanguardia organizada" lo mismo para tender una trampa a un homosexual encubierto que para sabotear una actividad religiosa o, ya en los 80, formar parte de las turbas en mítines de repudio.

Ahora todo es diferente. Ya no es posible identificar a un militante de la juventud comunista por la forma de peinarse o vestirse. Aquella jactancia por los méritos acumulados o por las tareas heroicas desempeñadas se ha desvanecido irremediablemente. De hecho, desde el regreso de las tropas cubanas de África en 1991 han pasado 25 años y la única oportunidad para destacarse es sacando buenas notas o sobrecumpliendo los planes en el puesto de trabajo. Lo que hoy quieren saber los padres es en qué negocio anda metido el muchacho que sale con sus hijas o si tiene un pasaporte visado.

Cuando se le pregunta a alguien entre 15 y 30 años si es miembro de la UJC suele responder con algo así como: "Sí, pero..." o levanta las cejas en un gesto de resignación. Porque cuando a un estereotipo se le pasa su momento, ocurre que se lleva como un estigma o en un tono más cubano-juvenil, se vuelve cheo y solo le queda la esperanza de un improbable remake.

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