¿Qué esperan los cubanos de Putin?

Reinaldo Escobar

11 de julio 2014 - 10:30

La Habana/Poco antes de tocar suelo cubano el presidente ruso Vladimir Putin concedió una entrevista a la agencia Prensa Latina donde, sin hacer grandes revelaciones, detalló cuáles son los intereses de Moscú en la Isla.

La mención al puerto del Mariel, la explotación petrolera, la industria energética, la construcción de un moderno aeropuerto en San Antonio de los Baños y de la infraestructura terrestre del sistema de navegación ruso GLONASS; el incremento del turismo y los intercambios académicos y las alusiones a la cooperación en el desarrollo del sistema ferroviario, todo esto puede dar la impresión de que los cubanos ven con buenos ojos la visita del mandatario enmarcada en la reciente condonación del 90 % de la vieja deuda cubana de 35.000 millones de dólares con la extinta Unión Soviética.

Resulta significativo que cuando tuvo que elegir un elemento simbólico que ejemplificara la amistad ruso-cubana, Putin no se refirió ni a la cabeza marmórea de Lenin en el parque homónimo de La Habana, ni al monumento al soldado internacionalista soviético, sino a la Catedral Ortodoxa construida en el 2008 por iniciativa de Fidel Castro.

La palabra socialismo, que durante más de 30 años fue el cemento esencial entre rusos y cubanos, no aparece ahora cuando se habla de "los tradicionales lazos de amistad inquebrantable entre ambos pueblos." Es como si por arte de magia retroactiva hubiéramos compartido lengua o frontera, como si hubiéramos practicado los mismos deportes, bailado al compás de la misma música o si nos hubiéramos emborrachado con los mismos tragos en compartidas fiestas ancestrales.

Nada de eso. Ya sabemos que el socialismo no llegó a Cuba, como en Europa del Este, tras las esteras de los tanques soviéticos, sino más bien tras las estelas de sus buques petroleros, de manera que cabe preguntarse qué podría sobrevenir tras un eventual mejoramiento de las relaciones con el lejano y ajeno vecino.

Para el gobierno de Raúl Castro resulta esencial dejar apuntalado todo lo que amenaza con derrumbarse si la situación en Venezuela desembocara en un cambio radical. Prácticamente no tiene hacia donde mirar, a menos que mirara en la dirección correcta.

Para los cubanos que viven en Centro Habana, Taguayabón, Piedrecitas o Palmarito, la presencia del nuevo ruso quizás sea algo que no tenga nada que ver con sus vidas, ancladas a una humillante cotidianidad. Tal vez esperen que mejore la calidad del pan –si es que mandan más harina- o que el transporte público aumente su frecuencia –si mandan piezas de repuesto- pero no mucho más.

Habrá algún suspicaz que tema la presencia en la Isla de una nube de inmigrantes rusos que con el tiempo se establezcan y pretendan independizarse al estilo de Crimea. Nos quedan los humoristas que harán juegos lingüísticos sobre los hijos del visitante y, quién sabe, si la propia hija del General Presidente interceda ante el más poderoso de los homofóbicos del siglo XXI para pedir clemencia por la comunidad LGBT de su país.

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