El intelectual, ese rumiante del zoo castrista

Miguel Díaz-Canel (Facebook)
Miguel Díaz-Canel (Facebook)
José Gabriel Barrenechea

22 de junio 2015 - 11:07

Santa Clara/¿Por qué nuestros intelectuales no actúan como muchos observadores externos esperan? ¿Por qué no intentan intervenir en el debate sobre el futuro del país ahora que el cada vez más abierto acceso a Internet, sea de modo directo o gracias al creciente intercambio de memorias USB, ha comenzado a hacer mover con mayor facilidad las ideas? ¿Por qué no se mueven, no se revuelven, ahora que en Cuba los días del reinado de Castro II se aproximan a terminar y todo se vuelve tan blando, tan maleable que inspira poderosamente a ponerse a la obra?

En parte por un problema de legitimidad. Cuando en el pasado congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), Miguel Díaz-Canel insistió en que a quien correspondía jerarquizar las obras y los talentos es al Estado, a través de sus instituciones culturales, no hablaba de algo menor y secundario, sino de un aspecto esencial de su política gracias al cual el régimen garantiza su estabilidad y permanencia ad aeternum.

Desde más o menos 1976 se ha venido articulando en Cuba un pacto entre el poder castrista y la intelectualidad cubana. Un pacto tácito, que en gran medida se ha construido a sí mismo sobre la marcha, y por sobre todo, de manera no completamente premeditada (lo contrario sería aceptar una inteligencia superior en la cabeza de los jerarcas del régimen, o de algunos intelectuales, cuando en ninguna de ellas parece haber habido tan raro don). En él el Estado castrista garantizó el monopolio de un espacio a esa intelectualidad, siempre y cuando esta no lo atacara, y además, siempre y cuando estuviera presta a cumplir con cualquier misión que este le asignara hacia el interior o hacia el exterior del país.

Ese espacio que se garantizó a la intelectualidad ya reconocida, a la que en los primeros 16 años de revolución tantos palos le había dado el régimen que había terminado por "aprender", implicaba algo más. Alguien debía definir quién podía legítimamente disfrutar de ese espacio entre los nuevos que llegaran a continuación: o sea, quién era un intelectual y quién no en la Cuba de Fidel Castro.

Es el Estado castrista quien aún legitima al intelectual cubano. O por lo menos quien legitimó a esa generación que hoy día está ya hecha

Aunque el mecanismo se ha sofisticado con el correr de los años, en esencia es el Estado castrista quien aún legitima al intelectual cubano. O por lo menos quien legitimó a esa generación que hoy día está ya hecha, y que le viene a la mente a los no informados (o más bien a los informados por el régimen) cuando hablamos de intelectualidad cubana.

Algunos están plenamente conscientes de que ellos solo son intelectuales en ese pequeño cercado en que les ha permitido pastar el castrismo. No obstante los demás, la mayoría, aunque no lo comprenden de modo distinto se aterran ante esta pregunta: ¿Qué sucederá cuando otros, que no tienen pactos con el régimen, pretendan levantar sus tiendas en esos pequeños paraísos? Téngase en cuenta que esa pretendida intelectualidad únicamente sirve para ser exhibida, que no podría nunca justificarse por sus ventas, y mucho menos vivir de ellas. Una editorial como Capiro, por ejemplo, aun cuando casi todo lo que publica es narrativa o poesía, cuando cuenta por demás con un extendido sistema de promoción que emplea a docena y media de personas, no consigue vender ni el 25 % de unas tiradas de no más de 500 ejemplares.

Lobotomizada, la intelectualidad pactista sabe que lo mejor para ella es que personajes como Díaz-Canel sean los encargados de "establecer las jerarquías artísticas y literarias". ¿Qué hacer cuando ser intelectual implique serlo de verdad? Muchos tiemblan solo de mencionárseles esa posibilidad, y en consecuencia también ante la posible desaparición del castrismo.

No esperemos mucho de ella. ¿Y es que merece en definitiva el nombre de intelectualidad? En todo caso no ha sido más que el útil pero equívoco calificativo de otra "conquista de la revolución", tras la cual pretenden justificar románticamente su eternización en el poder los Castro.

La vida espiritual de la Patria, señores, está en otra parte, nunca entre los barrotes de un zoológico. Pero entonces, ¿por qué nos empeñamos en mantenernos expectantes en los gestos de estas pobres atracciones de feria? Vastos son los campos de Cuba...

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