El invisible IV centenario del ‘Quijote’

Ilustración de Don Quijote y Sancho. (CC/Biblioteca de la Facultad de Derecho y Ciencias del Trabajo Universidad de Sevilla)
Ilustración de Don Quijote y Sancho. (CC/Biblioteca de la Facultad de Derecho y Ciencias del Trabajo Universidad de Sevilla)
José Gabriel Barrenechea

24 de diciembre 2015 - 18:34

Santa Clara/No recuerdo que la prensa oficial y el mundo editorial cubanos hayan conmemorado el IV centenario de la publicación de la segunda parte del Quijote. Resalta ese olvido aquí en Cuba, donde una de las primeras acciones de la Revolución fue aquella memorable tirada de un cuarto de millón de ejemplares de la novela de don Miguel de Cervantes y Saavedra. Lo que de grandioso, desmesurado y quijotesco tuvo esa Revolución en sus albores hace mucho terminó por encenagarse en estos lodos miasmáticos del raulato.

María Teresa León definió como nadie lo que significa para nosotros Cervantes: El soldado que nos enseñó a hablar, así lo llama en el título de una biografía novelada que le dedicó. Ese hombre de armas que como afición se consagraba a las letras, y que a consecuencia de ello nos legó una patria. Porque entendámonos: la única patria real de un hombre en este 2015 es precisamente su lengua materna, en nuestro caso la cervantina.

Cervantes no es uno de esos soldadotes brutales y adoradores de la muerte que llenan la historia hispanoamericana. Él es un soldado a la manera de los deshacedores de entuertos, de los caballeros andantes que, en una lectura superficial de su obra, algunos creen criticaba.

Ese hombre de armas que como afición se consagraba a las letras, y que a consecuencia de ello nos legó una patria: nuestra lengua

Un humanista, en fin, y sobre todo un continuador de la tradición de un racionalismo fundado en el diálogo entre humanos concretos que comienza en Sócrates, y tiene un renacer en occidente con Erasmo de Rotterdam. Que la segunda parte fuera escrita como respuesta al apócrifo Quijote de Avellaneda da en cierta medida cuenta de ese carácter dialogante de la obra de Cervantes.

Esa primera naturaleza soldadesca y erasmista suyas explica muchas de las peculiaridades de quienes hablamos, pensamos y sentimos en español. Sea por lo que de antes tenían ya en su natural nuestros ancestros, que los predispuso a esta habla de cruzados trotamundos reunidos alrededor de las fogatas nocturnas, sea por lo que ella de por sí nos legó. Porque todo lo que somos parece en definitiva estar en Cervantes y su novela, por sobre todo lo mejor de nosotros, habitantes de lo que el filósofo Julián Marías llama "las Españas".

De ninguna manera puede dejar pasar un medio cubano el que este año se cumplieran 400 años de que saliera de las prensas la segunda parte de la novela por antonomasia: El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha (así salió por entonces el segundo tomo). El "libro maravilloso" al decir de nuestro Gastón Baquero; la novela que se hizo a sí misma, y en que lo que comienza como un payaso en manos del autor termina por convertirse en el arquetipo de la humanidad toda y de la complicada relación con la realidad y con las ideas en que nos vemos obligados a encuadrarla. Novela de diálogos y dialogante, en que el autor conversa con su circunstancia y con las ideas y creencias de su tiempo. Obra mayor de nuestra lengua que comienza y termina en La Mancha, ese lugar desde donde se puede divisar a todo el planeta, según Jean Cocteau.

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