Adaptarse o cambiar

Yoani Sánchez

23 de junio 2008 - 19:38

En mi ascensor soviético, de la época de Brezhnev, comenzó a caer una gota de grasa desde la salida de emergencia que hay en el techo. La persistente llovizna no desentona con el estado técnico del elevador, más bien se corresponde con el piso desconchado, los grafitis obscenos y los ruidos espeluznantes que hacen las puertas al abrirse. A varios vecinos les ha arruinado la ropa o engrasado el cabello la caprichosa sustancia; pero la solución que hemos encontrado es cederle espacio para que ella caiga a su antojo. Desde hace un par de meses, ya no se pueden montar seis personas en el deteriorado artefacto, pues hay un espacio reservado para la grasa que cae.

De la misma manera que nos replegamos ante la caprichosa gota, nos adaptamos a que en un cine con seis hermosas puertas de cristal, solo una esté abierta. El conformismo nos lleva a aceptar que al final de la película, todos los espectadores deban apretujarse para pasar por una hoja de lo que, otrora, fue una hilera de batientes portones. Así mismo, nos hemos acostumbrado a que los dependientes de las tiendas nos traten mal, a que los productos vengan adulterados y a que los servicios se malogren poco tiempo después de haber sido inaugurados. Todo eso, con el mismo vacuno beneplácito con el que vemos disminuir nuestros derechos ciudadanos.

Ser indolente está de moda. Por lo que mis vecinos y yo hemos empezado a creer que la grasa del ascensor es buena para hacer crecer el pelo y, las manchas que provoca en la ropa, son de lo más bonitas. Si espera por la acción de nosotros, puede vivir tranquila la gota de mi ascensor soviético: la dejaremos caer en paz. ¿Quién va a caer en el ridículo de intentar cambiar las cosas?

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