Catástrofes personales

Yoani Sánchez

05 de noviembre 2010 - 15:54

¡Cuántos dramas humanos alrededor de cada fallecido en el accidente del vuelo 883 de AeroCaribbean! En el listado de pasajeros la coincidencia entre algunos apellidos sugiere que se han perdido padres e hijos, hermanos y hermanas, parejas con sus retoños. Recuerdo que entre los nombres referidos en el noticiario de la mañana estaba el de un turista japonés, que también perdió la vida a miles de kilómetros de esa otra Isla tan diferente a la nuestra. No puedo dejar de pensar en él ni en el resto de los muertos de un avión que sólo debió ser la vía, el puente, el camino, pero nunca el final.

Detrás de cada uno de los 40 pasajeros cubanos la tragedia también es enorme. Ellos compraron aquel fatídico boleto tres meses antes de la fecha de partida e hicieron una larga cola para acceder a un medio de transporte que en este país es exiguo y sumamente caro. Probablemente se sintieron aliviados al saber que podrían hacer el recorrido desde Santiago de Cuba a la Habana en algo menos caótico que un tren nacional. Su presencia en aquel ATR 72/212 fue la conclusión de una secuencia de sacrificios que comenzó justo cuando tuvieron la necesidad –o el deseo– de viajar dentro de Cuba y que sólo terminaría al llegar a su destino.

La desventura se esconde en cualquier lado, eso es sabido, pero es difícil procesar la idea de gente subiendo la escalerilla de un avión y poco tiempo después sus nombres leídos –con voz fúnebre– en la televisión nacional. Repaso una y otra vez las imágenes del posible abrazo familiar que se quedó esperando en el aeropuerto de arribo, de la madre que se enteró en Buenos Aires o Ámsterdam que su hijo ya no volverá o de la esposa despidiendo al piloto mientras pensaba que –como todas las veces anteriores– pronto estaría de regreso a casa. Son las catástrofes personales, los dramas humanos, que comienzan a desencadenarse en el mismo minuto en que un avión se precipita a tierra.

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