Chaplinescas

Yoani Sánchez

29 de septiembre 2010 - 21:45

El hombre de traje raído, sombrero de bombín y enormes zapatos llevaba también un cristal a la espalda. Su compinche, un niño de apenas cinco años, rompía a pedradas las vidrieras de los negocios o las ventanas de las casas para que el cristalero vendiera sus servicios a los desesperados clientes. Juntos formaban un dúo de la supervivencia, un equipo de trabajo emergente que apenas si daba para mantener encendido el fuego en el hogar. La historia descrita en el filme "El Chicuelo" (1921) de Charles Chaplin ha vuelto a pasar frente a mis ojos al repasar el listado de actividades por cuenta propia que publicó el periódico Granma. Como un repertorio de la miseria y de la dependencia, esa enumeración de labores privadas más parece destinada a una aldea feudal que a un país en el siglo XXI.

Leídas de un tirón –conteniendo el disgusto– salta a la vista que apenas hay ocupaciones vinculadas directamente con la producción. Los emprendedores tampoco contarán con un mercado mayorista que los provea de materias primas y la posibilidad de acceder a créditos bancarios sólo ha sido enunciada sin mencionar el por ciento de los intereses. Ni hablar de que los cuentapropistas puedan importar directamente mercancías desde fuera de nuestras fronteras, pues eso sigue siendo monopolio absoluto del Estado. De las 178 actividades aceptadas, ya muchas se realizaban sin licencia y al ser incluidas en esa enumeración, lo único que cambia es que comenzarán a tener la obligación de pagar impuestos. De ahí que el escepticismo ronde al anuncio que estas “flexibilizaciones” a la inventiva privada contribuirán a solucionar los graves problemas de nuestra economía.

Qué traerá como consecuencia esta lentitud en aplicar los necesarios cambios: que los ciudadanos sigan nutriendo las largas colas frente a los consulados para marcharse del país o se sumerjan de lleno en la ilegalidad y el desvío de recursos. Si nuestras autoridades creen que las transformaciones a cuenta gotas evitarán que el sistema se les deshaga entre las manos mientras intentan actualizarlo, subestiman la sensación de urgencia que recorre la Isla. Tanta tibieza para aplicar las impostergables aperturas fragiliza la situación social y nadie puede prever cómo reaccionarán los frustrados “chicuelos”, los desfavorecidos con los despidos masivos y la falta de expectativas. ¡Ojalá no terminen echando abajo las vidrieras!

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