Cuestión de tonos

Yoani Sánchez

04 de noviembre 2009 - 19:31

“Te paré porque eres blanca”, me dice el taxista después de chirriar las gomas en la calle Reina, cerca de la medianoche. De sus gruesos labios de mulato salen las justificaciones –una tras otra– de por qué no acepta clientes “de color” a estas altas horas. Busca complicidad en mí, que nací en un barrio mayoritariamente negro y me encantan las pieles color canela. Apenas lo escucho. Me molestan especialmente los que discriminan a sus iguales: el custodio del hotel que increpa al cubano pero deja pasar a un turista que grita y gesticula; la prostituta que se va –por diez pesos convertibles– con un canadiense que le duplica la edad, con tal de no parecer “derrotada” por aceptar a un compatriota; el santiaguero que una vez instalado en La Habana se burla del acento de quienes vienen de su propio pueblo.

Muchas veces me levanto y tengo ganas de ser mestiza como Reinaldo o como Teo, porque cuando miran mi nariz recta y mi pellejo blancuzco creen que me ha sido fácil. Nada de eso. Hay muchas formas de ser apartado, pues junto al racismo conviven aquí la discriminación por origen social, la estigmatización por filiación ideológica y la exclusión si no se pertenece a un clan familiar con poder, influencia o relaciones. Qué decir de la subestimación que se recibe en una sociedad machista al tener un par de ovarios enclavados en medio del vientre. De ahí que me incomode tanto la disertación del chofer, que ha detenido el auto ante la palidez de mi piel. Tengo ganas de bajarme, pero es tarde, muy tarde.

¿A qué te dedicas? me pregunta bajo el semáforo de la calle Belascoaín. Soy blogger –le advierto– y las luces de la avenida Carlos III me dejan ver su cara de suspicacia y temor. “Fíjate, no vayas a contar lo que acabo de decirte”, indica cambiando el tono complaciente que tenía al recogerme en medio de la penumbra. “No quiero que después publiques en Internet boberías sobre mí”, me aclara mientras se toca la entrepierna en un gesto de poder. El pelo lacio ha dejado de ser un motivo para confiar en mí, ya mis ojos no le parecen tan almendrados y cuando le explico –con mis delgados labios– los temas que abordo en el blog, es como si lo amenazara, navaja en mano, un peligroso delincuente. Compruebo entonces que su espectro clasificatorio no sólo estigmatiza algunos matices de color, sino también ciertas tendencias de opinión, esos tonos que no se llevan sobre la epidermis pero que provocan también –en esta Isla– muestras de segregación y rechazo.

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