Dago en la tele

Yoani Sánchez

15 de marzo 2011 - 18:41

Termino de ayudar a mi hijo con su tarea escolar –sobre el Decamerón de Boccacio– y me voy a ver un serial en la tele que rebosa de otro tipo de miseria humana, muy distinta a la de la Italia medieval. Son más de treinta minutos de trasmisión plagados de conclusiones forzadas y de pruebas –poco convincentes– sobre la relación de opositores, artistas plásticos y periodistas independientes con potencias extranjeras. El guión está hecho desde el miedo, desde el temblor que produce en las instituciones cubanas que los individuos puedan interactuar, informarse y prosperar fuera de los límites del Estado.

Ya el aburrimiento me ha arrancado un par de bostezos y de pronto sale el rostro conocido de Dagoberto Valdés acompañado de una descripción de “elemento contrarrevolucionario”. Lanzo un grito de júbilo, porque al lado de su foto han mencionado a la revista Convivencia que él dirige. Un internauta sabe bien de los hits que un ataque en la tele nacional puede proporcionar a un sitio cualquiera, incluso en un país con tan baja conectividad como éste. Mas, pasado el entusiasmo por las estadísticas, me doy cuenta que contra mi amigo se está cometiendo una lapidación pública en el horario más estelar de la noche. Dago es denigrado duramente sin permitírsele el derecho a réplica, satanizado de una manera que después varios colegas me llaman asustados “¿Lo irán a meter preso? ¿A fusilar acaso?”. Trato de calmarlos, mientras más fuerte parece la ofensa es mayor el desespero y la impotencia que sienten nuestros gobernantes por no poder atajar los nuevos fenómenos informativos y ciudadanos. Pero no les digo, a quienes me preguntan, cuán preocupada estoy en realidad, muy preocupada por este pinareño cuya profesión fue una vez la de recolector de yaguas.

Para cuando termina el más flojo de los capítulos de “Las razones de Cuba”, agarro mi móvil y envío algunos tweets. Esta es la gran diferencia –pienso mientras tecleo– entre las campañas gubernamentales de antaño y las que ocurren en este milenio de la informatización y las redes sociales. Ahora, una buena parte de mis compatriotas prefiere mirar un programa grabado desde una ilegal antena parabólica que ser adoctrinado por un serial sobre agentes encubiertos, capitanes del MININT que hablan con una dulzura sospechosa y cámaras ocultas que muestran lo que se hace a la vista pública. Pero en contraste con los años setenta y ochenta, ahora Dago tiene una página web, un blog y hasta una cuenta en Twitter para decir aquello que le impidieron argumentar en el líbelo oficial. Es un ciudadano con su propio canal de opinión, con una capacidad para difundir ideas que –ante un ataque como éste– se convierte en su principal culpa y en su única protección.

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