Estudio de tolerancia

Yoani Sánchez

10 de noviembre 2011 - 19:37

Hace algunos años se me había pegado una muletilla que intercalaba entre frase y frase. Un reiterativo “¿Me entiendes?” capaz de molestar incluso a mis amigos más comprensivos. Lo decía en los momentos menos adecuados y un día alguien me dio una lección “¿Por qué piensas que no te entiendo, no serás tú la que no te sabes explicar?” El lenguaje tiene así la cualidad de desvestirnos y dejarnos a la intemperie; las palabras revelan lo que escondemos bajo el barniz del buen talante. Especialmente, las redes sociales se han constituido en una pasarela por la que transitamos en paños menores ante la mirada escrutadora de los lectores, de los amigos y de la amplia legión de los críticos. Cada monosílabo que escribimos para estos conglomerados de opiniones nos delatan y nos desnudan.

Recuerdo que al comenzar en Twitter mi voz era más torpe, menos conocedora de la pluralidad que alberga un espacio así. Desde agosto de 2008, en que abrí mi cuenta en ese servicio de microblogging, cada trozo de 140 caracteres publicado me ha hecho una persona más tolerante y más respetuosa. De ahí la sorpresa que me produjo la réplica de Mariela Castro a la pregunta que le hice en un tweet: ¿Cuándo los cubanos podremos salir de los otros armarios?

El ataque personal con que respondió me ha dejado atónita. No esperaba una mano tendida para el diálogo, claro está, pero tampoco tanta arrogancia. Es cierto que necesito estudiar, tal y como ella me sugirió, lo haré y lo seguiré haciendo incluso cuando mis ojos no distingan los renglones de los libros y mis dedos reumáticos no puedan escribir sobre un teclado. No obstante, ya he aprendido que evadir una interrogante atacando al otro porque le faltan estudios raya con la soberbia. Ante tal reacción ¿qué embestida recibiría un campesino que apenas terminó sexto grado si se dirigiera a la directora del Centro Nacional de Educación Sexual?

Creo, sin embargo, que a la manera de aquella tonta muletilla que un día tuve, el ataque verbal es una costumbre que se puede curar. La voz se entrena, la tolerancia se adquiere, el oído se amplía para escuchar al otro. Twitter es una magnífica terapia para lograrlo. Supongo que al transcurrir los días y mientras Mariela Castro siga publicando, comprenderá mejor las reglas del diálogo democrático, sin jerarquías, donde nadie pretende darle lecciones a nadie. Llegado ese momento, la espero para conversar, tomarnos un café, “estudiar” juntas –¿por qué no?– el largo y difícil camino que nos queda por delante.

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