Feria informática 2011 en la Isla de los desconectados

Yoani Sánchez

11 de febrero 2011 - 06:00

Pabexpo, el centro expositivo ubicado en la zona más acaudalada de la ciudad, exhibe por estos días productos informáticos creados dentro y fuera de nuestro país. Se dan cita en él invitados de todas partes, incluso un nutrido grupo de extranjeros a los que imagino más interesados en darse un viaje a nuestro paleolítico tecnológico que en hacer negocios con firmas locales. El grupo Kaspersky, por ejemplo, muestra una versión de su conocido antivirus realizado en conjunto con la empresa nacional Segurmática. Todo se asemeja a lo que ocurriría en una exhibición de este tipo en cualquier parte del mundo, si no fuera por un detalle: esta es la Isla de los desconectados.

Adentrados ya en 2011, los habitantes del “archipiélago Cuba” no hemos podido comprar un boleto de ómnibus, tren o avión vía web, no conocemos la sensación de administrar una cuenta bancaria online y adquirir algún producto desde la pantalla de un ordenador es algo que sólo hemos visto en los filmes extranjeros. Hasta el día de hoy, mis compatriotas no han conseguido hacer un trámite burocrático desde el email, ya sea la simple solicitud de su propia inscripción de nacimiento. Ni hablar de reservar unas vacaciones en la llamativa página de la cadena hotelera Islazul. Entre los cientos de amigos que tengo, ninguno ha logrado por sí mismo –y desde aquí– recargar el móvil en esos portales que ofertan saldo sin necesidad de hacer las largas colas de una oficina de ETECSA. Somos un pueblo que no ha tenido la oportunidad de pagar sus facturas a través del ciberespacio y que vive de los softwares piratas ante la imposibilidad de adquirirlos con licencia.

Justo en ese escenario, más característico de la primera mitad del siglo veinte que del veintiuno, habitamos nosotros. De ahí que esta Feria Informática se asemeje a un destello de futuro, a una vitrina para mostrar a otros lo que no hemos ni siquiera saboreado. Después, los visitantes regresarán a casa alabando el nivel de los tecnólogos cubanos y recordando el sabroso mojito que les dieron en la fiesta de despedida. Mientras, nosotros seguimos en la penumbra de la desconexión, encendemos ordenadores autistas que no pueden conectarse con otros. Soñamos –eso sí– con que un día, al rellenar un formulario en Internet, aparezca la frase que nos confirma: “Gracias por su compra, su boleto a Guantánamo ha sido reservado. ¡Feliz viaje!”

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