‘Good morning, Lenin!’

Raúl Castro observa a la multitud que desfila ante los dirigentes políticos en la Plaza de la Revolución. (CC)
Raúl Castro observa a la multitud que desfila ante los dirigentes políticos en la Plaza de la Revolución. (CC)
Yoani Sánchez

02 de mayo 2017 - 18:59

La Habana/Los altavoces bramaron en la distancia. Su eco llenó el barrio donde muchos aprovechaban el lunes feriado para dormir hasta media mañana, lejos del desfile por el Primero de Mayo, de la Plaza de la Revolución y sus consignas. Los gritos frente al micrófono se colaron en esa abulia, como una banda musical desafinada y ajena. Durante el Día de los Trabajadores, el oficialismo sacó a pasear su chovinismo tropical.

Me desperté, como en la película alemana Good Bye, Lenin!, y tuve la sensación de haber dado un salto en el tiempo. Pero mi viaje no me llevó a un futuro de contornos imprecisos, sino hacia el pasado. Las palabras del Secretario General de la Central de Trabajadores de Cuba me devolvieron a un tiempo de bravuconería ideológica, unos años en que el oso del Kremlin nos cubría las espaldas y Cuba enviaba guerrilleros a las selvas sudamericanas o cosmonautas al espacio.

La alocución de Ulises Guilarte De Nacimiento olía a naftalina, no encajaba en este tiempo que vivimos. En sus frases airó un nacionalismo tan ridículo como desfasado, políticamente incorrecto en casi cualquier lugar de este planeta. Habló de gestas que la mayor parte de la población nunca vivió y, para colmo, ignoró las demandas de la clase obrera cubana. Usó un lenguaje pretérito, con los giros de la retórica de los agitadores del siglo pasado y la sobreactuación de todo buen oportunista.

Faltaron los reclamos laborales, los pedidos de mayor autonomía sindical, las quejas por las graves violaciones a la seguridad e higiene del trabajo que se suceden por todo el país y la vital reivindicación de salarios más acordes con los altos costos de la vida

Pensé en todos los temas que perdieron su oportunidad, en todas las exigencias proletarias que no se pronunciaron porque el acto tuvo más de ideología que de conciencia de clase. Faltaron los reclamos laborales, los pedidos de mayor autonomía sindical, las quejas por las graves violaciones a la seguridad e higiene del trabajo que se suceden por todo el país y la vital reivindicación de salarios más acordes con los altos costos de la vida.

En lugar de eso, el Gobierno prefirió usar la jornada para fines políticos, repitió la estructura de la tribuna -allá arriba- y los obreros acá abajo. Fueron invitados más de un millar de sindicalistas y activistas extranjeros para que comprobaran con sus propios ojos el "entusiasmo proletario" que muestran los cubanos, pero el evento no pasó de ser una desteñida repetición de aquellos otros que se sucedieron en los países del extinto campo socialista.

Cuando el muro de Berlín cayó ¿dónde estaban todos aquellos obreros que habían marchado en el Día Internacional del Trabajo? Cuando la URSS se vino abajo, ¿qué hicieron para impedirlo aquellos empleados de medallas en el pecho que pasaban gritando consignas en aquellas plazas?

Este lunes no viajé al pasado. Tristemente estuve en el presente de mi país. Una Isla que perdió el calendario, con 11 millones de personas atrapadas en el ayer.

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