Hijos de la crisis

Yoani Sánchez

11 de abril 2009 - 09:43

 

Cuando era pequeña, mi madre me obligaba a comerme toda la comida. La frase para vaciar el plato era: “no dejes ni una cucharada, que hay otros niños en el mundo que no tienen nada que llevarse a la boca”. Pasaron apenas unos años y la profunda crisis generada por la caída del socialismo en Europa cambió totalmente el panorama de mi mesa. Más que evocar a los que no tenían, nos poníamos a divagar sobre los manjares que estarían devorando otros. Eran tiempos en que hablábamos constantemente de sabores perdidos y productos desaparecidos del mercado. Mis padres no volvieron a exigirme mayor apetito, sino que pasaron a pelearme por tragar -demasiado rápido- el pan recibido en el racionamiento.

La crisis entró en nuestras vidas para no irse. Después de más de veinte años conviviendo con una economía colapsada, ya nuestra piel apenas reacciona a los aguijones de las dificultades. El mundo se espanta ante los indicadores que evidencian la catástrofe económica, pero mi generación -crecida en los rigores de la carestía- no concibe levantarse una mañana sin la angustiosa pregunta de ¿qué voy a comer hoy?

La debacle financiera que azota al mundo hace que algunos analistas vaticinen el fin de un sistema. Nosotros somos sobrevivientes de la larga agonía de otro, de manera que los estertores no nos asustan. La experiencia que tenemos en eso de vivir con el mínimo seguramente será de gran utilidad si el problema continúa. Tal vez tengamos que retomar las increíbles recetas de los peores momentos del “período especial”, como el bistec hecho con corteza de toronja o el picadillo de cáscara de plátano. Pondremos esos engendros en el plato sin presionar a nuestros hijos para que mejoren su apetito, temerosas de que puedan engullir la ración de toda la familia.

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