Labios pintados

Yoani Sánchez

13 de septiembre 2009 - 08:22

La crisis económica en Cuba nos obligó a encontrarle sustituto a casi todo, incluso a los cosméticos. En los años noventa, el betún de lustrar los zapatos se usó para resaltar las pestañas, el detergente de fregar se convirtió en champú y el vinagre en suavizador. Una amiga muy humilde se sintió aliviada cuando descubrió que podía pasar un pañuelo por las paredes –pintadas con cal- y con él empolvarse la cara. El laxante se dejaba reposar para que flotara el aceite mineral que contenía y que se usaba como dorador de piel.

En una muda complicidad hombres y mujeres concertaron desvestirse con la luz apagada y así no revelar los huecos y los zurcidos de su ropa interior, que se lavaba en la noche y se secaba detrás del refrigerador para usarla al otro día. Lo más humillante fue retornar a la costumbre de nuestras abuelas de lavar las compresas en los días de la menstruación o quedarnos en casa –sentadas en el servicio- cuando llegaba el ciclo de la luna.

A partir del otoño de 1993 los que querían lucir bien tuvieron la oportunidad de adquirir novedosos productos y hasta de elegir entre varias marcas, pero tenían que llevar en su cartera la moneda del “enemigo”. Así que al precio de muchos sacrificios, las féminas de esta Isla no se dejaron derrotar en su deseo de verse más bonitas. Con sus labios pintados y la ropa ceñida, se ríen de aquellos que –en los momentos de mayor extremismo- definían como “frivolidad capitalista” a la humana intención de acicalarse. Pintarse el pelo de azul, hacerse un tatuaje o enganchase un argolla en el ombligo ya no es visto como una debilidad ideológica. Sobre los cuerpos han comenzado a brotar las señales de la seducción y del cambio.

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