Ojos rasgados

Yoani Sánchez

27 de abril 2011 - 19:11

Recorren en grupos los barrios de La Habana. Son cientos de estudiantes chinos que aprenden español en Cuba y agregan colorido a una realidad donde otros extranjeros apenas si permanecen un par de semanas como turistas. Gracias a ellos, la ciudad ha vuelto a tener esos ojos rasgados que en la primera mitad del siglo veinte eran tan comunes, ha regresado –por un tiempo– ese andar asiático, que da la impresión de apenas tocar el suelo con la punta de los pies. Abarrotan el Barrio Chino alrededor de la calle Zanja, lanzando sus risitas ante algunos restaurantes de farolillos de papel y cortinas rojas donde se ofrece más comida criolla o italiana que platos con acelgas o fideos.

Una mañana, encontré a varios de ellos extraviados cerca de la Estación Central de Ferrocarril. Tenían las bolsas vacías, los semblantes cansados y el andar lento. Una de las muchachas me preguntó, después de consultar un pequeño diccionario, dónde podían comprar lechuga. Era uno de esos meses calurosos donde en las tarimas de los mercados el único verdor lo aportan los pepinos. Sin embargo, allí estaban ellos esperando que se diera el milagro agrícola de tener unas hojas refrescantes sobre sus platos. Les expliqué que el sol era muy fuerte y apenas se cosechaban verduras en zonas techadas, que la falta de envases lastraba la llegada de éstas a las ciudades y cuando aparecían tenían precios muy altos.

Después de unos minutos, aquellos ojos rasgados se habían redondeado a consecuencia de mi extraña explicación. “¡Lechuga, lechuga!”, insistían y uno me tradujo la palabra a todas las lenguas que conocía “lettuce, laitue, Kopfsalat, alfase…”. Sonreí, no se trata de que no comprenda la palabra –confirmé– sólo que no sé ahora mismo dónde podrán hallar legumbres para comer. No me creyeron, claro está. “Vayan a la Plaza de Cuatro Caminos, a ver si allí encuentran algo” fue lo último que se me ocurrió indicarles para no matarles la esperanza. Y en esa dirección se fueron, con su caminar ya agotado, con sus bolsas vacías que batían al viento, con su elegancia oriental un tanto mustia, a la que le faltaba algo de vegetales para reverdecer.

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