Taxímetro escondido

Yoani Sánchez

07 de agosto 2009 - 23:02

El taxi es del estado, pero la necesidad es tuya. De manera que te sientas frente al volante con un claro objetivo: sacarle todo lo que puedas a tus clientes. Te culpan de querer enriquecerte, pero cada noche debes entregar sesenta pesos convertibles a la empresa para la que trabajas. Sólo puedes recaudar esa cantidad haciendo trampas, pequeños fraudes que te permiten ganar algo también para ti. Si incumples durante varias jornadas con la liquidación, te mandaran a la calle y hay muchos que quieren ocupar el asiento de tu lada blanco.

Te has comprado un enorme espejo retrovisor que cubre completamente el taxímetro, al que has manipulado para que siempre marque más. También haces el truco de decir “no tengo menudo”, lo cual te permite quedarte con el vuelto si el usuario no da el dinero exacto. Los días malos, te arriesgas más y ni siquiera enciendes la pantalla digital que marca el costo de la carrera; viajas por un precio fijo que va a parar totalmente a tu bolsillo. Aunque en el asiento de atrás te han instalado un censor sensor para detectar si estás ocupado, le pides a la gente que se siente en el borde y así los ingresos terminan en tus manos y no en las de Cubataxi.

Los costos de reparar el auto corren a cuenta tuya, porque nadie está más interesado en que no fallen las gomas y en que el tanque tenga siempre gasolina. Sin embargo, cuando te saquen de tu empleo tendrás que dejar todo lo invertido en ese taxi que le darán a otro, a alguien que volverá a repetir los mismos engaños que hoy haces tú. Por eso tratas de lograr el máximo provecho durante tus catorce horas de trabajo y recoges turistas en la calle, que no conozcan las distancias entre un punto y otro de la ciudad. Les cuentas que la situación está muy mala y que tienes tres hijos, mientras los llevas del Capitolio a Santa María por la vía más larga. Al bajarse les pides una cantidad que triplica el importe de los kilómetros recorridos y calculas que con eso no tendrás que entregarle hoy toda la ganancia a Él*. Gracias a esos repetidos timos, puedes -al menos- llevar una parte de la recaudación a casa.

* “Él” es el pronombre reservado para el poder, el estado y el presidente.

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