Vergüenza ajena

Más de medio centenar de cubanos oficialistas y una decena de venezolanos boicotearon al grito de "mercenarios" el inicio de la reunión entre representantes de Gobiernos y miembros de la sociedad civil. (EFE/Alberto Valderrama)
Más de medio centenar de cubanos oficialistas y una decena de venezolanos boicotearon al grito de "mercenarios" el inicio de la reunión entre representantes de Gobiernos y miembros de la sociedad civil. (EFE/Alberto Valderrama)
Yoani Sánchez

16 de abril 2018 - 13:39

La Habana/Los ecos de la recién concluida Cumbre de las Américas comienzan a apagarse. El evento que convocó a la mayoría de los presidentes de la región y sirvió de marco para diversos foros sociales es cosa del pasado. Sin embargo, las imágenes de la deplorable actuación de la delegación oficialista cubana siguen frescas en la memoria.

La 'sociedad civil' que Raúl Castro envió a Perú provoca, cuando menos, un sentimiento de vergüenza ajena. Sus caras descompuestas y sus alaridos intolerantes difunden la idea de que los habitantes de esta Isla no tenemos talante para el debate, carecemos del necesario respeto a las diferencias y respondemos ante los argumentos con gritos.

Ellos, con su matonismo calculado y su comportamiento de piquete callejero, han afectado seriamente la imagen de la nación. Bajo el lema de "con Cuba no te metas", terminaron por dañar aún más la reputación de este país en la región, un prestigio que está bastante menoscabado por haber tolerado como pueblo más de medio siglo de sistema autoritario.

Sus jefes en La Habana los entrenaron para dar ese triste espectáculo, los lanzaron al ridículo y los usaron para hacer saber que nada ha cambiado

¿Por qué insistieron estas tropas de choque en su actuación sabiendo el rechazo que causaban? Porque el mensaje a transmitir era justo el de una horda de autómatas sin matices ni humanidad. Sus jefes en La Habana los entrenaron para dar ese triste espectáculo, los lanzaron al ridículo y los usaron para hacer saber que nada ha cambiado.

Con el tiempo, como tantas veces ha ocurrido, algunos de los protagonistas de estos escraches ascenderán a puestos de mayor responsabilidad como premio a los decibeles que alcanzaron con sus gritos. Otros emigrarán, se escaparan del país en algún viaje oficial y tratarán de olvidar tal "papelazo", pero nunca pedirán disculpas a las víctimas de su agresividad.

La nueva mácula sobre la imagen de la nación durará más que la falsa intransigencia de estos soldados disfrazados de ciudadanos. Ellos pasan, pero la vergüenza queda.

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