El banco de la escuela de Letras

Yoani Sánchez

16 de enero 2008 - 05:48

Lugar de confluencia obligatoria, a un costado de la puerta principal del edificio Dihigo, descansa el rojizo mastodonte que es el “banco de la escuela de Letras”. Sobre él se han posado en las últimas décadas las más ilustres asentaderas de nuestra intelectualidad. Muchos de esos traseros letrados descansan hoy en un butacón en París, caen sobre una silla en Buenos Aires o aplastan el cortado césped de un campo alemán. A pesar del largo peregrinaje de una buena parte de sus “inquilinos”, el largo asiento permanece -con su perdurable caoba- en el mismo lugar.

Sobre los duros listones que lo forman, me senté el primer día que llegué a la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana y me desplomé un par de veces cuando recibí alguna baja calificación. Él supo de mis dificultades con el latín y de mi predilección por la literatura latinoamericana. Su férrea estructura comprobó los pocos kilogramos que, los años de Período Especial, nos hicieron ostentar a muchos estudiantes. Estuvo al tanto, también, de las incomprensiones que generaban el sectarismo, las “purgas” ideológicas y los dogmas.

Metida en la madera de este austero banco, está la memoria de muchos escritores premiados, de otros defenestrados y de los ya fallecidos; mientras que en su espaldar el sudor de varias generaciones de críticos, poetas e historiadores del arte, ha dejado un “barniz” de erudición.

Desde que me gradué no me he atrevido a sentarme –otra vez- en el “banco de la escuela de Letras”. Ahora es territorio de los más jóvenes que sueñan con la literatura, se inician en la poesía y descubren el camino hacia la metáfora. Sigue tan recio y tan altivo como antes, pues su estructura parece alimentarse de conceptos sintácticos, análisis etimológicos y rimas asonantes.

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