El cese de los subsidios

Yoani Sánchez

30 de diciembre 2009 - 08:32

El tedio de este fin de año me llevó a ver el monótono espectáculo de nuestros parlamentarios en su última reunión del 2008. La fórmula de plantear problemas sin señalar las verdaderas causas, volvió -este diciembre- a la sala del Palacio de las Convenciones. Todo un estilo de decir, que comienza con una reverencia inicial más o menos así: “Nuestra Revolución ha hecho mucho por mejorar el comercio minorista, aún así subsisten problemas…” Sin esa indispensable genuflexión, se podría incurrir en un atrevimiento no permitido o ser señalado de hipercrítico e ingrato.

El discurso final hecho por Raúl Castro reafirmó la idea de terminar con los subsidios. Al escuchar esa frase, se tiende a pensar sólo en el cese de la cuota racionada de alimentos que recibimos los cubanos. Pero el llamado a erradicar precios simbólicos y gratuidades innecesarias es un arma de doble filo, que puede terminar hiriendo a quien la porta. Si fuésemos consecuentes con la eliminación del paternalismo, habría que comenzar rebajando la carga que significa el mantenimiento de esa obesa infraestructura estatal que alimentamos con nuestros bolsillos. Un trabajador que produce acero, níquel, ron, tabacos o está empleado en el bar de un hotel, recibe una minúscula porción de la venta de su producción o del costo real de sus servicios. El resto va directamente a subsidiar un insaciable Estado.

Entre el simbólico precio de una libra de arroz en el racionamiento o la enorme “tajada” de nuestros sueldos que se llevan quienes nos gobiernan, somos más emisores que receptores de subsidios. Erradicarlos debería ser nuestro slogan, no el de ellos.

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