La convivencia y sus peligros

Yoani Sánchez

07 de agosto 2008 - 06:42

 

La oí gritar y comprobé que durante un par de semanas llevaba gafas oscuras para que no se le notaran los moretones. Su esposo es militante del Partido y en el barrio nadie le recrimina sus excesos de testosterona. Ambos forman parte de un cuadro de violencia doméstica que se silencia en los medios y se enraíza en la cotidianidad. Las víctimas, como ella, se sienten doblemente maltratadas. A la bofetada y al grito se le suma el silencio de quienes no quieren aceptar –o al menos hacer público– que tras las puertas de los hogares cubanos no siempre reina la armonía y el respeto.

La obligada convivencia, a causa del déficit inmobiliario, hace que muchas mujeres y niños sean objeto de humillaciones y golpizas. No podemos escuchar sus testimonios ya que –institucionalmente– apenas se reconoce que en esta “isla idílica” las palizas hogareñas  son frecuentes. Al no divulgarse las estadísticas que demuestran su incidencia, se hace difícil conmover a la opinión pública nacional y llevarla a rechazar estos ataques.

Cómo hacerle saber a una mujer que huye de su casa para no enfrentar los puños del marido dónde hay un refugio para pasar la noche, si no a través de los medios informativos.  De qué forma conocerá  ella sus derechos de llevar al atacante ante los tribunales si la tele y la prensa no hablan del asunto. Cómo crear repudio social hacia los abusadores cuando apenas podemos conocer que existen las víctimas. Las vemos aguantar, esconder bajo el colorete las trompadas y mirarnos, a ver si nos damos cuenta de lo que las instituciones y los medios parecen no notar.

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