De cuentapropistas y mulas

Yoani Sánchez

05 de julio 2012 - 18:40

El pimentero es de madera labrada y sobre la mesa un envase con sazonador dice en letras verdes “Sedano´s”. El restaurant privado espera por los abastecimientos que llegaran este sábado, dentro del enorme cargamento transportado por una “mula” . Si se demora sólo un día el arribo de los productos, muchos platos anunciados en la carta ya no podrán ser ofertados, pues una buena parte de “los condimentos, las cazuelas, el avituallamiento para las mesas, la crema y hasta el café” les llegan desde La Florida, según me explica el dueño del lugar. Desde que abrieron sus puertas se han sostenido gracias al aluvión de mercancías y alimentos que ha estado entrando por el aeropuerto de La Habana. “No es que no nos gusten los productos nacionales, es que no hay un suministro estable de ellos ni poseen la necesaria calidad. Así que tenemos que ir al seguro”, me aclara el Chef mientras abre un paquete de pastas importadas.

La alarma se extiende entre los pequeños negocios privados creados en los últimos años. De los 387 mil 275 trabajadores por cuenta propia que se computaron a finales de mayo, es difícil calcular cuántos de ellos dependen de lo que acarrean los viajeros en sus equipajes. Pero la cifra podría ser muy alta. La manicure necesita las pinturas y el quita esmalte que le envía algún pariente desde Miami y el hombre que organiza fiestas infantiles recibe globos y caramelos de su hermano radicado en Orlando. Ahora, ese entramado de comercio semi alternativo ha empezado a peligrar con las nuevas resoluciones aduanales. La primera de ellas entró en vigor el pasado 18 de junio y restituyó los gravámenes sobre la importación de alimentos. Medida que resulta elemental en muchos países del planeta, pero que se convierte en un freno para el desarrollo de la pequeña empresa en una nación marcada por el desabastecimiento, la ausencia de un mercado mayorista y el elevado costo de los productos alimentarios. Si hemos visto florecer las cafeterías en las céntricas calles capitalinas y llenarse las páginas amarillas con anuncios, ha sido en gran medida gracias a la paquetería llegada desde el Norte.

La situación se tornará más difícil una vez puesta en práctica la nueva disposición anunciada este lunes, la cual aplicará a partir del 3 de septiembre del presente año aranceles sobre la importación de artículos de uso personal cuyo valor exceda los 50 pesos cubanos. Un duro golpe para los cuentapropistas y también para todos aquellos cubanos que habían logrado mejorar su dieta y su indumentaria con esos productos extranjeros. Si las medidas están enfocadas en recaudar la mayor cantidad de efectivo en las aduanas y regular legalmente lo que funcionaba un tanto fuera de control, probablemente el gobierno logre su objetivo. Sin embargo, se verá también un efecto sumamente negativo e inmediato sobre el desarrollo del sector privado. No es de extrañar que en pocos días escuchemos de la boca de muchos cuentapropistas frases como “ya no hacemos ese trabajo porque el paquete con la materia prima no ha llegado aún” o “ese plato lo preparábamos antes, cuando las mulas venían más a menudo”. Y sólo entonces percibiremos la real importancia de ese comercio –incalculable y vital- que viaja en el interior de los maletines.

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Si el concepto de “mula” es tomado en el resto del mundo como alguien que transporta drogas, en Cuba alude a quien –especialmente desde Estados Unidos- traslada paquetería que incluye la mayoría de las veces ropa, zapatos, conservas de alimentos, equipos electrodomésticos, comida instantánea, medicamentos y útiles del hogar. La “mula” recibe un pago por esta labor de mensajería y muchas veces el costo de su boleto a la Isla está sufragado como parte del acuerdo con la agencia que lo contrató.

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