Cómo decirle…

Yoani Sánchez

20 de abril 2008 - 08:16

 

El sábado me fui a Pinar del Río para disfrutar de sus calles vacías de autos, de los amigos que tengo por allá y de ese grupo de empecinados que hace la revista Convivencia. Puse mis huesos sobre un almendrón y llegué a un costado de la terminal de ómnibus con un dolor agudo en la cervical.

Por la noche conversé un rato con Néstor, el joven que expulsaron de la universidad por colaborar con la nueva publicación digital dirigida por Dagoberto Valdés. Quise decirle que tener un título universitario, aunque sea gratuito, es una carga pesada que no siempre genera satisfacciones. El mío, por ejemplo, descansa desde hace ocho años detrás de un mueble de mi cuarto. En él, leo que soy licenciada en Filología aunque no se me autoriza a hacer con el lenguaje lo que me plazca. Unas enormes letras góticas certifican que la palabra es mi reino, sin embargo no me advierten dónde comienzan las mordazas.

Néstor, de continuar en su carrera, habría aprendido derecho romano, se hubiera puesto la toga y defendido a cientos de acusados. Su diploma tendría -como el mío- el enunciado optimista de una profesión. Sin embargo, en la tinta de la vida, en el papel alba de la realidad, habría sabido que las leyes son tan cambiantes y elásticas como convenga a quienes las escriben.

Cuando el rector y la mayoría de los colegas de su aula votaron por sacarlo de la Universidad, le enseñaron cuan veleidosa es la justicia. Sin proponérselo, lo salvaron de arrastrar otro título como el que yo escondo: tan lleno de conocimientos como de límites.

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