Lo que nos dejó Polonia

Yoani Sánchez

04 de junio 2009 - 09:23

Tenía sólo catorce años y todo pasaba demasiado rápido alrededor mío. Las carencias materiales se agudizaban y en los estanquillos de mi ciudad ya era difícil encontrar las revistas de muchos colores y pocas verdades que venían desde la URSS. Habíamos visto el show televisivo del juicio a Ochoa y mis padres perdieron la ilusión mirando como la justicia se plegaba ante los uniformes verdeolivo.

Justo por esos días nos llegaron noticias de lo que ocurría en Polonia. No entendíamos nada, pues hasta entonces el bloque socialista europeo parecía -entre nosotros- algo concebido para la eternidad. Una prima lejana nos contó sus aprensiones después de una corta estancia en Moscú, pero seguíamos creyendo que el CAMECOM, el Pacto de Varsovia y las máquinas de escribir Robotron nos sobrevivirían a todos.

La palabra Solidaridad se había puesto repentinamente de moda y en mi ciudad varias escuelas seguían llamándose República Popular de Polonia. Aunque mi profesor de marxismo-leninismo se empeñaba en idealizar el Este, algo se quebró dentro de él cuando supo lo que pasaba en las calles de Varsovia. Si la invasión a Checoslovaquia en 1968 había sido difícil de justificar por nuestros gobernantes, la rebeldía de “la clase obrera polaca” dejó sin respuestas a más de uno.

Crecí, tuve un hijo y a él le tocó también repetir la consigna de “Pioneros por el comunismo, seremos como el Che”. Hoy tiene la misma edad que yo en aquel tumultuoso 1989, en que comenzaron mis dudas, en que supe que todo lo que me habían inculcado quizás no fuera verdad.

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