El día que estalló la paz

Yoani Sánchez

25 de marzo 2015 - 12:30

"¡Estalló la paz!", se le oyó decir a un viejo maestro el mismo día en que Barack Obama y Raúl Castro informaron del restablecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos. La frase recogía el simbolismo de un momento que tuvo todas las connotaciones del armisticio alcanzado después de una larga guerra.

Tres meses después de aquel 17 de diciembre, en Cuba los soldados de la concluida contienda no saben si deponer las armas, brindar con el enemigo o reprocharle al Gobierno tantas décadas de inútil conflagración. Cada cual vive el alto al fuego a su manera, pero una indeleble marca temporal ya se ha establecido en la historia de la isla. Los niños nacidos en las últimas semanas estudiarán el conflicto con el vecino del Norte en los libros de texto y no lo tendrán como centro de la propaganda ideológica de cada día. Esa es una gran diferencia. Hasta la bandera de barras y estrellas ha ondeado estos días en La Habana, sin que el fuego revolucionario la haya hecho arder en la hoguera de algún acto antiimperialista.

Para millones de personas en el mundo, este es un capítulo que pone fin al último vestigio de la Guerra Fría, pero para los cubanos es una interrogante aún sin resolver. La realidad va más despacio que los titulares de prensa desatados por el acuerdo entre David y Goliat, pues todavía los efectos del nuevo talante diplomático no se han notado sobre los platos, en los bolsillos ni en la ampliación de las libertades ciudadanas.

Vivimos entre dos velocidades, latimos en dos diferentes frecuencias de onda. Por un lado, la lenta cotidianidad de un país atorado en el siglo XX, y por otro, la prisa que parece dispuesto a imprimirle a todo el proceso el gigante del Norte. Las medidas aprobadas el 16 de enero pasado, que flexibilizaban el envío de remesas, los viajes a la isla o la colaboración en telecomunicaciones y muchos otros sectores, dan la idea de que la Administración de Obama parece dispuesta a seguir rindiendo al contendiente a fuerza de ofrecimientos. Obligarlo a izar la discreta bandera blanca de la conveniencia material y económica.

La sensación de que todo puede acelerarse ha hecho que dentro de Cuba algunos reevalúen el precio del metro cuadrado de sus viviendas, otros proyecten dónde se ubicará el primer Apple Store que se abrirá en La Habana y no pocos comiencen a vislumbrar la silueta de un ferri que unirá la isla con Florida. Las ilusiones no han hecho, sin embargo, que se detenga el flujo migratorio. "¿Para qué voy a esperar que los yumas lleguen aquí, si yo puedo ir a conocerlos allá?", decía pícaramente un joven que a finales de enero aguardaba en la fila para una visa de reunificación familiar a las afueras del consulado de Estados Unidos en la capital cubana.

*Este artículo fue publicado originalmente en El País Semanal. Puede continuar la lectura aquí

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