Mi gatico Vinagrito

Yoani Sánchez

12 de noviembre 2013 - 21:25

¿Por qué aquella canción del gatico Vinagrito nos tocaba tanto el alma? No creo que la respuesta sea el páramo audiovisual infantil que vivíamos en los años setenta y ochenta, ocupado casi en su totalidad por las producciones Made in URSS o de otros países de Europa del Este. Tampoco por aludir indirectamente a la búsqueda humana del reconocimiento, que ya en el Patico Feo de Hans Christian Andersen había quedado tan magistralmente descrita. No, no era sólo eso, aunque también esas pudieran enumerarse como algunas de las razones para repetir aquel pegajoso estribillo.

La historia de Vinagrito, el gato salvado de la calle, tenía aquella parte sensible y dulce que le faltaba a tantos dibujos animados del campo socialista. Estos últimos eran más bien sobrios, trágicos o aleccionadores, pero carecían de ese melodrama con ciertas pinceladas de humor y ridículo que contiene la identidad cubana. Ya sólo en el nombre –diminutivo del ácido o aliño empleado en la cocina- el despeluzado felino nos hacía quererlo y burlarnos de él, al mismo tiempo. Había allí una historia de rechazo, redención y transformación. Vinagrito lograba convertirse en lo que nadie hubiera esperado de él: en una mascota hermosa y feliz, hundiendo plácidamente sus bigotes en la leche.

Difícil no identificarse con el “feo y flaquito” que era recogido de la calle, cuando tantos sentíamos también que el “afuera” era la pérdida del yo y el fin de la individualidad. Vinagrito volvía –en lugar de nosotros- a estar en casa, bajo el caliente abrazo de la familia y rodeado de atenciones. Él era rescatado, mientras nosotros nos perdíamos. Él terminaba en el hogar, a la par que tantos partíamos al albergue, al campamento, al pelotón. Él le maullaba a la luna… mientras otros perseguíamos un espejismo ideológico.

Fue bueno contar con su cola y su gusto por el pescado, de otra forma todo habría sido mucho más aburrido.

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