Y tú, hijo, no te destaques

Yoani Sánchez

26 de marzo 2014 - 16:31

Foto: Silvia Corbelle

Preparabas el bolso para la escuela mientras oías la cantaleta de tu madre. “Tú no te metas en nada, qué después te enredan en un montón de cosas”, te gritaba desde la cocina. Así que te ibas al matutino de la escuela, encogido en ti mismo, para que ni te vieran. Sonaba el timbre para entrar al aula y allí estaba la maestra de historia con su versión maniquea del pasado. Sabías que no era como ella lo contaba, porque habías leído otras versiones en los libros de tu abuelo, pero te callabas… para no buscarte problemas.

La voz se te volvió ronca y ya eras un soldado en el servicio militar obligatorio. Tenías aprendida la lección de la sobrevivencia. Así que cuando el oficial vociferó y pidió mayor consagración, te repetiste mentalmente “mejor no hacerse notar”. Pasar indemne, no implicarte, evitar que te percibieran, eran tus premisas a esa edad. No diste una idea, no sugeriste un cambio y tus jefes sólo sacaron de tu boca un estudiado ¡ordene! Después llegaste a la universidad, donde el objetivo fue alcanzar el diploma, graduarte, sin meterte en complicaciones.

Han nacido tus hijos y desde pequeños les lees la cartilla de la simulación. “A ver si no se destacan, que eso sólo trae líos”, les aconsejas desde que pueden entenderte. Con esa actuación prolongas el ciclo de la simulación en tu prole, como una vez lo hicieron contigo tus padres.

Sin embargo, no has salido ileso. No eres el pillo que ha logrado engañar a los otros, sino que te has timado a ti mismo. De tanto contenerte, recortar tus expresiones y evitar pronunciarte, te has convertido en el hombre mediocre que eres hoy, en un ser domesticado por el sistema.

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