La insoportable redondez de una pelota de golf

Yoani Sánchez

04 de septiembre 2010 - 00:16

Como un pastel que empieza a ser cortado incluso antes de cocinarse, nuestro gobierno amplía hasta 99 años el uso de la tierra a inversores extranjeros. Porciones de esta nación irán a parar a manos de quienes ostentan un pasaporte foráneo, mientras los emprendedores del patio apenas si reciben un usufructo agrícola por 10 años. La Gaceta Oficial se lanza a hablar de “negocios inmobiliarios” cuando todos sabemos que el suelo –nuestro suelo– no está al alcance de los cubanos que quieran adquirir un fragmento para construir sobre él.

Otra de las sorpresas de estos días ha sido el anuncio de la creación de varios campos de golf a lo largo de la isla. Con el objetivo de fomentar un turismo de clase, se abrirán verdes y cuidadas extensiones de césped, rodeadas de servicios de lujo. Cuando le comenté a una amiga sobre la aparición de estos campos de esparcimiento, lo primero que me preguntó fue con qué agua iban a mantener el verdor y la frescura de la hierba. A ella –que vive en un barrio donde llega tal suministro sólo dos veces a la semana– se le hacen dolorosos los surtidores lanzando un fino rocío entre un hoyo y otro. Tendrá que acostumbrarse mi amiga , porque el abismo se ampliará entre los desposeídos nacionales y los que llegan desde afuera con abultadas billeteras..

Ya me imagino el resto de la película: trabajar en uno de esos campos de golf será un privilegio para los más confiables; alrededor de ellos se apostarán hombres de sacos y corbata con micrófonos adosados que vigilarán para que los nacionales no podamos entrar y… vivir para ver…  los funcionarios más destacados y fieles también tendrán su turno con el palo para lograr completar el recorrido de la pelota. Así se entrenarán para ese mañana que planean tener, donde ellos estarán con bermudas cortas sobre un cortado campo de golf y nosotros los miraremos del lado de acá de la verja.

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