Nacidos en la azotea

Yoani Sánchez

28 de octubre 2014 - 07:20

La Habana/Hay ciudades que tienen una vida subterránea. Urbes con una realidad que literalmente discurre bajo el suelo. Metros, túneles, sótanos… la victoria humana de haberle ganado centímetros a la piedra. La Habana no, La Habana es una ciudad de superficie, muy poco soterrada. Sin embargo, sobre los techos de las casas, en las azoteas más impensables, se han levantado casitas, baños, corrales de puercos y jaulas de paloma. Como si encima de los techos todo fuera posible, inalcanzable.

Ignacio tiene la antena parabólica ilegal sobre la azotea de un vecino, está escondida bajo una mata de viña que da unas uvas raquíticas y ácidas. A pocos metros alguien ha creado una jaula para encerrar perros de pelea, que durante el día buscan la sombra sedientos y aburridos. Al otro lado de la calle varios miembros de una familia rompieron el muro que los conectaba con el techo de un viejo taller estatal. Han hecho sobre el abandonado local una terraza y un excusado. Al caer la noche juegan partidas de dominó, mientras la brisa del malecón llega hasta ellos.

Carmita guarda todo su tesoro sobre su casa. Unas enormes vigas de madera con las que quiere apuntalar los cuartos antes de que se caigan. Cada semana sube a ver cómo la lluvia y el calor han hinchado la madera y cuarteado los horcones. Su nieto usa la azotea para encuentros amorosos, cuando la noche cae y los ojos apenas distinguen sombras, aunque los oídos detecten los gemidos.

Todos viven una parte de su existencia allá arriba, en una Habana que quisiera estirarse hacia el cielo pero que apenas logra elevarse unos centímetros.

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