El último objeto de culto

Yoani Sánchez

15 de noviembre 2009 - 18:56

Hace varios años se proclamó el inicio de la “Revolución Energética”. Los medios oficiales anunciaron la inmediata distribución de ollas de presión que, a pesar de funcionar con electricidad, reducirían el consumo nacional de petróleo. La industria estatal comenzó a producir masivamente las necesarias juntas de goma para las tapas, que hasta ese momento eran confeccionadas sólo por productores privados y vendidas en los mercados informales a precios de abuso.

Con la meticulosa precisión de una operación militar, salieron a la calle decenas de camiones a distribuir los nuevos equipos. “Adquiéralo ahora y pague después” era la consigna, que no logró acallar a los escépticos y a quienes preguntaban cómo obtener –sin tantas dificultades– los alimentos para poner dentro de la nueva tecnología. Sin embargo, era un momento de esperanza generalizada que –como el amor– parecía estar entrando por la cocina.

Ocurrió lo mismo que con otros proyectos anteriores: al principio la distribución marchaba bien, pero al pasar los meses, ni las ollas llegaron a todos los rincones ni en todas partes fueron bien recibidas. En algunas zonas donde se vendían, era retirado inmediatamente el servicio de gas licuado y las interrupciones eléctricas ocurrían en los momentos más inoportunos. Por otra parte aconteció algo que los entusiastas no habían podido prever, existían personas que no podían pagar aquellos efectos electrodomésticos. Aún hoy se pueden ver las listas de los morosos, colocadas a la vista pública en los mismos mercados donde se comercializaron las sofisticadas cazuelas.

Aquellas ollas, que fueron el último objeto de culto del paternalismo gubernamental, dejaron de venderse y lo mismo ocurrió con las juntas de gomas, que hoy –otra vez– los artesanos alternativos nos ofrecen en plena calle al precio que impone la demanda.

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