La ventaja de una merienda

Yoani Sánchez

04 de junio 2009 - 00:23

Quiero entonar una oda a la merienda diaria que reciben los custodios y el personal de vigilancia de ciertos centros estatales. El pancito con jamón y queso, junto al refresco de cola que lo acompaña, son la razón por la que miles de cubanos siguen en sus puestos de trabajo. Sin la ganancia que trae la reventa de ese refrigerio muchos hubieran abandonado definitivamente sus puestos laborales. Incluso una de las primeras preguntas cuando se busca empleo no es sobre la cuantía del salario –igual de simbólico e insuficiente en todas partes- sino alrededor de la existencia o no de una merienda. Comercializarla en veinte pesos cubanos permite al trabajador duplicar sus entradas, aunque para ello deba abstenerse de comer el tan necesario sustento.

Por todas partes, exhibidos discretamente pero fáciles de encontrar para quienes los buscan, están la botella de Tropi Cola y el bocadito envuelto en celofán. Se les ve a la entrada de las oficinas telefónicas, tras las puertas de cristal de los bancos, en las garitas que resguardan la entrada a los ministerios, en los puntos de venta de boletos de ómnibus, en el interior de los museos y hasta en los cibercafé que ofrecen su lenta Internet a elevados precios. En todos aquellos lugares que necesitan ser custodiados, escoltados, protegidos, hay alguien que se ve obligado a revender su merienda para seguir en guardia. Unas lascas de jamón y otras de queso pueden hacer la diferencia entre ir cada mañana al trabajo o quedarse en casa.

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