Un área (des)protegida

Entrada al área natural Sierra del Chorrillo
Entrada al área natural Sierra del Chorrillo
Inalkis Rodríguez

20 de septiembre 2014 - 16:30

La Habana/El área natural protegida Sierra del Chorrillo está ubicada en el municipio Najasa, provincia de Camagüey. Tiene una extensión de más de 324 caballerías y centenares de trabajadores que a veces cobran por proteger la flora y la fauna, pero en otras ocasiones cobran por destruirla.

Quienes lleguen hasta este lugar encontrarán extraordinarias riquezas forestales, árboles endémicos, maderables, medicinales y exóticos. También aves migratorias de diferentes partes del mundo que, escapando de las bajas temperaturas, se refugian en Sierra del Chorrillo y atraen un turismo apasionado por la ornitología.

Entre los mamíferos que habitan en la zona están los antílopes de la India, venados, cebras, búfalos, ankoles, jutías, jabalíes, caballos y vacas de diferentes razas, y una variada población de murciélagos cubanos. No menos importantes son el mayor bosque fósil de Cuba y la cueva Rosa La Bayamesa, que en los tiempos de las guerras de Independencia sirvió como hospital a los mambises y donde se imprimieron los periódicos El Cubano Libre y El Mambí, entre otros. Además, estos terrenos fueron sede del Gobierno de Cuba en armas de aquellos años.

El visitante queda maravillado con tanta tranquilidad natural y debe pagar 15 pesos para admirar el lugar, en caso de ser cubano y de permitírsele entrar, algo que no siempre está garantizado. Si se trata de un turista extranjero, entonces la entrada asciende a 5 CUC. Una vez que se accede y, aunque toda la apariencia muestra un sitio protegido, en realidad se está pisando un lugar muy mal manejado.

Uno de los problemas principales de la reserva es la inestabilidad en el pago a los trabajadores. A veces pasan hasta tres meses sin que el Estado les entregue salario alguno a quienes laboran allí. ¿De qué viven los empleados? La respuesta es dolorosa: se mantienen con el robo de maderas, la caza furtiva de jutías, venados, antílopes, guineos y todo lo que pueda resolver el problema de sobrevivir el día a día. Ellos prefieren robar, antes que exigir sus derechos.

Un Comandante de la Revolución, depredador de la naturaleza

El mal funcionamiento se debe a la Empresa Nacional para la Protección de la Flora y la Fauna, dirigida a nivel nacional por el comandante de la revolución Guillermo García Frías. Este último, sólo visita el lugar una vez al año y siempre llega en helicóptero, pues las carreteras de acceso están destruidas. Su actitud de maltrato hacia los trabajadores –que incluyen palabras obscenas– se materializa también en colocar un cordón de seguridad que no deja acercarse nadie a 500 metros de donde decida pasar la noche. Aquí disfruta de su mansión, piscina, carne de res y lo que se le antoje.

A Guillermo García parece no preocuparle que el jefe de los proyectos de Conservación de la Flora y la Fauna de esta empresa viva mejor cada día y que en su casa no le quepan los muebles de maderas preciosas. Ese hombre sabe el trabajo que le daría a cualquier otro cubano cortar un árbol de manera legal, para lo cual –en teoría– se necesitan más papeles y permisos que para hacerse ciudadano español.

Tampoco le preocupa a Guillermo García que los proyectos de conservación de la flora y la fauna no funcionen. Hay carencia de trabajadores para realizarlos, pero alguien cobra los salarios como si realmente se ejecutaran estas labores. No solo esto. Los familiares de los comandantes de la revolución que llegan hasta el lugar, si se les antoja comerse una jicotea –cuya pesca está prohibida–, se la comen y no pasa nada. Si se les antoja una vaca, un antílope o un venado, pasa lo mismo. ¡Qué ironía: un área protegida cuyos recursos son manejados para satisfacer a los hijos, nietos y jefes del Gobierno!

Los guardabosque no hacen honor a su nombre en Sierra del Chorrillo, pues no guardan el bosque. Ellos también tienen sus casas amuebladas con maderas preciosas, sin tener fincas particulares de donde puedan justificar que sacan los árboles y la materia prima. Casualmente, nunca atrapan a los que cortan un cedro, caoba, baría, ébano negro, y mucho menos al que fríamente se lleva los pichones de cotorras y cateyes para después venderlos. Tienen oídos sordos a los tiros de los cazadores furtivos.

Sin embargo, cuando un visitante llega a esta área (des)protegida, le hacen creer que todo está cuidado y atendido. Le llenan la cabeza de fantasías, cuando la realidad está muy alejada de ese paraíso terrenal que le cuentan a los turistas.

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