La violencia en el béisbol se vuelve un problema crónico

Las expulsiones y las sanciones dejan su huella en la 57 Serie Nacional de Béisbol que acumula 12 peloteros expulsados

Yulieski Gourriel está considerado uno de los mejores jugadores del béisbol cubano. (EFE)
La indisciplina y la violencia se entronizan en el béisbol nacional como atributos inseparables de su decadencia. (EFE)
Ernesto Santana

28 de agosto 2017 - 10:13

La Habana/Las expulsiones y las sanciones dejan su huella en la 57 Serie Nacional de Béisbol que acumula 12 peloteros expulsados junto a varios directores y entrenadores sancionados. Los pelotazos intencionales contra los bateadores son comunes en un deporte donde la violencia se vuelve un problema crónico.

Managers y entrenadores como Roger Machado (Ciego de Ávila), Orlando González (Camagüey), José Luis Rodríguez (Isla de la Juventud), Manuel Vigoa (Artemisa), Jorge Pérez (Villa Clara) y Orestes Kindelán (Santiago de Cuba) han sido objeto de penalizaciones por su comportamiento.

El lanzador guantanamero Orlandis Martínez es otro de los sancionados por golpear con la bola a un rival tras recibir un jonrón. Una agresión a la que sumó -tras finalizar el partido- una falta muy grave que no fue revelada por la Dirección Nacional y que le ha costado no poder jugar durante un año.

La indisciplina y la violencia se entronizan en el béisbol nacional como atributos inseparables de su decadencia. El propio mentor Víctor Mesa justifica tales actitudes cuando advierte que si un árbitro le da "una respuesta inadecuada" entonces tiende a "reaccionar mal".

Ese prepotente estilo lo comparte también el director Roger Machado, quien cerró con vergonzoso broche la desastrosa actuación de la escuadra nacional en la más reciente Liga CanAm. En este torneo los isleños lanzaron tierra contra los árbitros, los empujaron, amenazaron y persiguieron en pandilla.

En la pelota cubana se ha hecho rutina que si un jugador o director no está de acuerdo con una decisión recurra a la violencia

En la pelota cubana se ha hecho rutina que si un jugador o director no está de acuerdo con una decisión recurra a la violencia. Cuando el árbitro comete un error, el mánager le echa tierra en los ojos y los peloteros incluso los golpean con el bate. En caso de que que el árbitro sea mujer la acribillan con ofensas de género y amenazas sexuales.

Los aficionados que critiquen a un mentor pueden ser víctimas de una agresión física sin consecuencias legales, algo similar a lo que sufren los periodistas que cuestionan la actuación de un jugador. Durante un juego en el extranjero, si un espectador se lanza al terreno con un letrero, todo el equipo tiene licencia para golpearlo ante las cámaras.

Sin embargo, la violencia trasciende al béisbol. En la memoria colectiva queda aquella salvaje patada que el campeón olímpico de taekwondo, Ángel Valodia Matos, le propinó al árbitro en las Olimpiadas de Beijing 2008. La prensa nacional y el mismo Fidel Castro justificaron aquella conducta.

Las agresiones en el deporte siguen sin recibir un castigo lo suficientemente severo, en parte porque se insertan en el contexto de un país donde desde la primera infancia se promueve la agresión contra el que piense de otra manera y donde la grosería se ha convertido en el tono inicial para enfrentar la diferencia.

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