No quiero entregar a mi país, ni mi libertad

Protestas Venezuela (EFE)
Hay varios menores fallecidos en el marco de las protestas en Venezuela. (EFE)
Reinaldo Poleo

22 de mayo 2017 - 09:45

Caracas/La señora Jacinta vive en una humilde pero digna vivienda en un barrio de la ciudad de Valencia. El señor Pablo, su marido, es obrero de la construcción. Es uno de esos venezolanos que han levantado a sus hijos a fuerza de trabajo duro. Bueno, a su hijo, porque al menor lo mataron cuando estaba por comenzar la universidad para robarle el celular.

El mismo celular que Don Pablo le compró con tanto sacrificio como recompensa por graduarse de bachiller con tan buenas notas. Mataron a Juancho y Venezuela se quedó con un futuro ingeniero menos.

Pablo Jr., el mayor —bueno, ahora el único—, está por graduarse de abogado, pero el muchacho salió inquieto y está empeñado en salir a protestar. El carajito se declara opositor y ahora le dio por "luchar por la libertad".

Doña Jacinta prepara café, el poco que le queda, porque el café de "el Estado", después de la expropiación, ahora es gourmet y no lo puede pagar ya que el "regulado" solo se consigue bachaqueado y tampoco lo puede pagar.

Pablito fue detenido en una calle de Valencia por protestar, dicen que lo juzgó un tribunal militar y lo envió con destino incierto a Punto Fijo, a 373 kilómetros de su casa

Coloca tres platos en la mesa y les sirve el fororo, que es lo único que ha encontrado para desayunar. Don Pablo la ve con tristeza. Los ojos hinchados de Doña Jacinta la delatan, ha pasado la noche despierta y llorando. Son las 5 de la mañana, hoy no tararea como todos los días, más bien musita ave marías.

Con un grito llama a Pablito a desayunar. "Ese muchacho va a llegar tarde", dice molesta y con ademán agitado.

Ya no reza, refunfuña, y se sienta en la mesa frente al humeante plato de fororo caliente. Don Pablo coloca, tiernamente, su arrugada mano en su brazo, ella lo aparta con violencia y con violencia se vuelve a poner a llorar desconsoladamente.

Se acuerda de que Pablito no va a salir del cuarto. Pablito fue detenido en una calle de Valencia por protestar, dicen que lo juzgó un tribunal militar y lo envió con destino incierto a Punto Fijo, a 373 kilómetros de su casa. Les dijeron que lo verían en un mes, si acaso. Don Pablo mira con tristeza su carné de la patria porque él pensó que eso lo podría ayudar. En el comando regional se lo mostró al Guardia, quien se rió con desprecio y con casi burla cuando le dijo que no podían pasar.

En Venezuela ahora la Justicia Militar procesa civiles, ahora eso es lo normal.

Desde septiembre de 2016 dejé de escribir, no porque no tuviera tema, sino porque simplemente todo se volvió una variación del mismo tema. Es como esas películas exitosas en las que vemos el mismo planteamiento en las versiones 2, 3 y hasta 4 y 5, como en Rocky. Cambian los eventos, pero siempre es la misma trama con unos simples cambios en algunos elementos.

En diciembre era que la economía no funcionaba por culpa de los billetes de 100, los mismos serían recogidos en tiempo récord, luego dijeron que los nuevos billetes no llegaron. Solo fue una maniobra para lavar el dinero sucio, cosa que no es de extrañar, aún hoy y, mes a mes, se prorroga el uso de los billetes de 100.

En diciembre era que la economía no funcionaba por culpa de los billetes de 100, los mismos serían recogidos en tiempo récord, luego dijeron que los nuevos billetes no llegaron

Luego, entre tantas cosas irrelevantes dentro del recrudecimiento de la crisis, el Tribunal Superior de Justicia maximiza su práctica de detener cualquier acción o competencia de la Asamblea Nacional y ordena que se trasladen las atribuciones de dicha Asamblea a la competencia del Tribunal, un golpe de Estado al mejor estilo de Fujimori.

Luego viene la reconsideración, pero se dejan las atribuciones de legislar en lo económico. El Gobierno necesita dinero y legalmente no puede obtenerlo. Las bombas de humo se vuelven más radicales, se atacan las panaderías y la gran campaña por salvar el pan se desvanece.

En abril, los botes de humo se convierten en una terrible realidad, el pueblo marcha pacíficamente en las calles y comienza el baño de gases lacrimógenos, los perdigones, las balas.

Hoy, día tras día, se ataca la disidencia. Ya fueron botados de Mercosur y, ante la posibilidad de que se le aplique la Carta Democrática por parte de la Organización de los Estados Americanos (OEA), la crema y nata de la democracia chavista, en la persona de su canciller, deciden iniciar su salida del organismo internacional en un derroche majestuoso de desconocimiento del derecho internacional.

Hoy, la detención injustificada, el uso de armas en manifestaciones, los grupos paramilitares pagados por el Gobierno, los francotiradores y las torturas se convierten en nuestro día a día. El poder represor se ampara en la Fiscalía Militar, ante un Fiscal General de la República que declara la pérdida del debido proceso y el fin del Estado de derecho.

Se utilizan las palabras "instigación a la rebelión", "ataque al centinela" y "vilipendio" para justificar las detenciones irregulares y saltarse a la justicia civil.

Ahora se convoca al poder constituyente. El Estado no está mal, lo malo es la Constitución y su esquema de Estado. Al golpe del máximo tribunal, se une el golpe constituyente.

En este preciso instante, mueren niños tanto por desnutrición como por falta de medicinas. Lo siento, también tenemos niños muertos por el disparo de un colectivo

En este preciso instante, mueren niños tanto por desnutrición como por falta de medicinas. Lo siento, también tenemos niños muertos por el disparo de un colectivo (paramilitar progubernamental) como Brayan Principal, quien contaba con 14 años cuando murió tras ser herido de bala por colectivos en la urbanización Yucatán, en el norte de Barquisimeto. No protestaba, había salido a comprar café. Igual le pasó a Carlos José Moreno, estudiante de economía de la UCV (Universidad Central de Venezuela) de 17 años de edad, que falleció por un disparo en la cabeza, efectuado por colectivos durante una protesta en la plaza La Estrella de San Bernardino, en el Distrito Capital.

También murió Albert Alejandro Rodríguez Aponte, tenía 16 años de edad y murió por asfixia producto del gas lacrimógeno que se usó para controlar una manifestación en la parroquia El Valle, en Caracas.

Podríamos incluir en esta lamentable lista a los menores muertos por el uso de la fuerza en las manifestaciones. Como Luis José Alviarez Chacón, el joven tachirense de 18 años que se manifestaba junto a un grupo de personas en Palmira cuando recibió un impacto de bala en el tórax disparado por un funcionario de la Policía Nacional Bolivariana, o Yeison Mora Castillo, el adolescente de 17 años de edad, quien murió producto de un impacto de proyectil en el rostro cuando marchaba en el municipio Pedraza de Barinas. Un funcionario de la Guardia Nacional disparó el proyectil a quemarropa.

A la gente que me escribe diciendo que en algún momento todo "se siente normal", debo contestarle que lo lamento mucho por ella.

Su normalidad, no es la mía. En mi normalidad se vive en democracia. En mi normalidad yo no tengo que sobrevivir todos los días, no le temo a los colectivos y las policías y guardias, respetan la Constitución.

En mi normalidad, llego en las tardes con pan y leche, no hago colas para comprar lo que quiero y lo que quiero está en el lugar de mi preferencia, no debo dedicar varios días para conseguir lo que necesito. Tampoco hay bachaqueros (revendedores).

En mi normalidad no hay tres tipos de cambio, ni mercado negro, ni le tengo que pedir dólares al Gobierno para poder viajar, mientras ellos no necesitan permiso y sus hijos viven y estudian como príncipes en el extranjero.

En mi normalidad hay medicinas, hospitales y el oncólogo de mi papá no abandonó a sus pacientes, ni a su país.

En mi normalidad se vive en democracia. En mi normalidad yo no tengo que sobrevivir todos los días, no le temo a los colectivos y las policías y guardias, respetan la Constitución

En mi normalidad la embajada de Estados Unidos no da prioridad de entrada a quienes tienen ingresos ni devuelven a quienes buscan refugio y oportunidades.

En mi normalidad, mi papá con sus 76 años y mi mamá con 71 no salen a protestar, ni tienen que escapar de las bombas lacrimógenas, porque no quieren "morir en una Venezuela con dictadura".

En mi normalidad, Diego Arellano de 31 años no es asesinado por un Guardia Nacional en San Antonio de los Altos, ni es normal que muera sonriendo porque se vá de este mundo con el espíritu libre, la conciencia limpia, porque se despide del lado correcto de la historia.

Lo siento amigos, yo quiero mi normalidad y me niego a que pase este momento histórico en el que mucha gente está dando sus bienes y su vida. El momento es ahora. Ni quiero entregar a mi país, ni mi libertad. Estoy seguro de estar del lado correcto de la Historia.

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