'Albertico', el proyeccionista de 'Fresa y Chocolate'

Fotograma de la película cubana 'Fresa y Chocolate'. (CC)
Fotograma de la película cubana 'Fresa y Chocolate'. (CC)
Luz Escobar

02 de abril 2017 - 14:01

La Habana/Ni los más incondicionales seguidores de Tomás Gutiérrez Alea han visto la película Fresa y Chocolate tantas veces como Alberto Maceo, Albertico para sus amigos. Este cubano de sonrisa pícara trabajó como proyeccionista del cine Acapulco cuando la película estuvo en cartelera durante un año. La cinta dejó en su memoria una marca indeleble de la cual todavía no logra, ni quiere, desprenderse.

Desde Alemania, donde vive actualmente, Albertico se enteró la pasada semana de que iba a ser restaurada la única película nacional que logró colarse en la competencia por el Oscar. El Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) anunció que se trataba de un "proceso muy complejo", a pesar de tener menos de un cuarto de siglo de antigüedad.

La noticia de la restauración desató en el emigrado una ola de nostalgia. En 1993, cuando se estrenó la historia de Diego y David, Albertico era un adolescente que no cabía en su pupitre de secundaria. No solo había pegado un estirón físico que lo llevó a sobresalir por encima de su colegas, sino que sus inquietudes lo empujaban hacia el teatro. Interpretó su primer papel en una versión escénica de Pinocho, pero el cine le permitió ganarse los frijoles.

Empezó de carambola a trabajar como proyeccionista en una época difícil cuando la producción de filmes nacionales había caído en picado y las salas de proyección olían a moho y sudor. En medio del Período Especial, el joven se acercó a una profesión de la que recuerda que, “si la aprendes bien y te metes en sus detalles”, se toma conciencia de que “lo que tienes en tus manos es una obra de arte".

Pero no bastaba con el entusiasmo. Eran tiempos difíciles, en los que el hambre y el sueño no eran buenos aliados en la cabina de proyección. Albertico desarrolló trucos para no quedarse dormido, desde escuchar música hasta leer algún libro, pero pocos funcionaban. Descubrió que solo conversando con el otro proyeccionista lograba no cerrar los ojos mientras en la pantalla aquel filme de Titón se veía por enésima vez.No faltaron los fracasos. Un día en que estaba solo el sueño lo venció y, a pesar de los gritos de “¡cojo!” y “¡suelta la botella!”, solo despertó cuando desfilaban frente a los ojos de los espectadores “todas esas letras, números y marcas del final del rollo” que se supone que nadie debe ver “en una buena proyección”.

“Lo único que de verdad nos alegraba la vida era el Festival de Cine de cada diciembre”, evoca ahora. Significaba un oasis en la monotonía de la repetitiva programación. “Lo malo era cuando el evento terminaba y el menú volvía a ser Fresa y Chocolate”, ironiza.

Llegó a conocer tanto la película que una estudiante le pidió una transcripción de todos los parlamentos de los personajes y Albertico solo necesitó tomar un poco de aliento para comenzar a decirlos uno por uno.

Un día el joven proyeccionista fue trasladado hacia el cine Riviera, en plena calle 23. Pensó que así se libraría de ver la misma película cada día, pero su felicidad duró poco. La Distribuidora Nacional de Cine decidió programar Fresa y Chocolate también en su nuevo centro de trabajo. Albertico volvía a tener la célebre pieza de Titón entre sus manos “como ese ladrillo con el que Diego no sabe qué hacer”, bromea.

Entre sus más pertinaces recuerdos está la música compuesta por José María Vitier para la cinta, aunque él la recuerda de una manera bastante peculiar. “El material estaba picoteado y rayado” por lo que había algunas notas de los créditos que faltaban. Se acostumbró a escucharla así. Ahora, cuando la oye en perfecta calidad su mente “siempre omite esas notas”.

En aquellas interminables tandas, atrapado en un ritornelo del que no podía escapar, analizó los movimientos de los actores, aprendió a saber cuándo pestañeaban, cada uno de sus respiros y de sus pausas”. Se le grabó en la cabeza “cada fotograma”.Albertico empezó a detectar esos detalles en los que nadie se fija. “¿Qué hace ese actor de relleno y desenfocado allá en el fondo de la escena? ¿Qué sucede con la fresa en la cuchara de Diego en la primera escena en Coppelia?”. Comenzó a notar también esos “micrófonos o cables que accidentalmente se ven en algunas escenas”.

“Son detalles que nadie ve porque Fresa y Chocolate es una obra de arte que te lleva por los caminos del bosque”, reflexiona.

“Lo curioso es que en un año de proyección, la película nunca dejó de tener público”, recuerda. A la sala “entraba el que no tenía más nada que hacer, el que no la había visto antes, para fumarse un taco de marihuana o la parejita que se ubicaba en las últimas lunetas del cine para comerse vivos”, y también el que “con algún desnudo de Marilyn Solaya, o los pocos segundos de sexo en pantalla, iba a masturbarse".

También evoca cómo la cinta fue desarmándose entre sus manos porque el material estaba en "muy mal estado". A la película le faltaban fotogramas y los daños eran tan considerables que el proyeccionista comenta que "en algunos casos casos "podías ver el salto en la pantalla".

Hace algún tiempo, Albertico compró en un mercado alemán una copia de Fresa y Chocolate en DVD. Siempre que la ve imagina el sonido del rollo en el proyector. Aunque en la pantalla de su televisor las escenas resplandecen, sus ojos se encaprichan en ver las cicatrices de aquella película que tuvo tantas veces entre sus manos.

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