En Artemisa, el miedo tras el colorete

Una capital de provincia muy rural
Una calle de Artemisa. (14ymedio)
Víctor Ariel González

24 de julio 2014 - 06:05

Artemisa/¡En Artemisa siempre es 26! dice el cartel de bienvenida a una de las dos provincias más jóvenes de Cuba. Los postes, las palmas y todo objeto al lado de la carretera de entrada están pintados de negro, blanco y un color que alguna vez pudo ser rojo. Al llegar a la pequeña urbe se nota el frenesí para dar los toques finales al evento conmemorativo más importante del evangelio revolucionario cubano. Dentro de unas horas empezará allí la celebración del 26 de julio, oficialmente el "día de la rebeldía nacional".

En la plaza principal del pueblo, un sol quema sin misericordia las sillas plásticas que aún no están acomodadas para acoger al público. Se monta un escenario y se prueban enormes altavoces. Los camiones llegan cargados de recursos para la fanfarria. Pero los artemiseños, lejos de mostrarse exultantes o alegres por el "honor" de acoger este apoteósico acto de carácter nacional, están nerviosos y tienen miedo. Pues además de las banderitas y de las mismas frases de hace 55 años, hay muchos, muchos policías.

El operativo de vigilancia resulta abrumador y el mercado negro apenas si se mueve. En cada esquina hay un oficial vestido de uniforme o de civil, deteniendo a los ciudadanos al azar. También han instalado cámaras de seguridad en las calles principales y motoristas de mirada suspicaz pasan regularmente en las Suzuki típicas de la Seguridad del Estado.

"No se puede inventar nada por estos días", comenta un vecino con el que coincido bajo un portal cuando una pequeña tormenta veraniega nos sorprende. "Desde la semana pasada trajeron 27 patrullas policiales y 12 motorizados. A mi yerno lo tienen movilizado hace quince días". Le pregunto si su yerno está pasando el servicio militar, pues he visto los camiones cargados de reclutas que recogen escombros o pintan apresuradamente las fachadas. "No, mi yerno es de la Seguridad Personal" me aclara el anciano. ¡Vaya, ahora el que se siente inseguro soy yo! pienso, pero no llego a decírselo.

El hombre sigue hablando y me cuenta que en los cañaverales que rodean la ciudad han desplegado radares sobre tanques de guerra y efectivos militares. Todo eso me suena a leyenda más rural que urbana. Por muy capital provincial que sea, Artemisa sigue pareciéndose al típico pueblo de campo detenido en el tiempo. Tiene una iglesia vieja en el centro, casas bajitas manchadas de "tierra colorá" y gente muy humilde entre la cual unos pocos han comenzado a prosperar tímidamente. No se ven edificios altos, las calles son tan estrechas como en cualquier poblado pequeño y la lluvia deja torrentes de agua que lo inundan todo, pues la red de alcantarillado colapsó hace muchos 26 de julio.

Lejos de mostrarse exultantes o alegres por el “honor” de acoger este apoteósico acto de carácter nacional, los artemiseños tienen miedo

Los carteles de reafirmación revolucionaria no cuelgan de las cafeterías por cuenta propia que han abierto algunos trabajadores privados. Las casas que exhiben las banderas del Movimiento 26 de Julio son las de los miembros de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) y los lugares controlados o arrendados por el Estado. Según sea nacional o convertible la moneda con que se pague en el establecimiento, su loa al régimen será más o menos vistosa. Las tiendas en divisas muestran propaganda impresa y brillante, pero la panadería del racionamiento solo un pedazo de cartón pintado a mano.

Aún con tanto control gubernamental, la Cuba que funciona underground sigue su curso. No más acercarme a una plaza enseguida mi teléfono capta tres redes wifi disponibles, de esas que instalan furtivamente los parroquianos. El fenómeno es imparable. "Venceremos todas las dificultades y seremos más eficientes", reza un enorme letrero oficialista. Por una vez tengo que estar de acuerdo, pese a las trabas estatales y a los castigos severos, la gente trata de seguir su rutina mientras espera que la vida recobre su ritmo habitual. Ya la celebración del 26 de julio no es un evento que cale en la conciencia popular, salvo para recordarnos que hay una pausa por los tres días feriados.

No se ven mendigos en Artemisa y tampoco hay locos sueltos en las calles. Juan Carlos, un chófer que cubre la línea regular hacia La Habana en un destartalado Buick, revela que han estado guardando a los "indeseables" y que para ello han empleado inclusive brutalidad policial. "También prohibieron que la mañana del acto saquemos los automóviles de nuestros garajes", se queja. Para concluir con molestia: "Si la sede del 26 tiene que pasar por esto, entonces mejor que se hubiesen llevado la celebración a otra parte".

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