Un éxito empresarial, las carnicerías sin moscas

Son las diez de la mañana y El Cerdo de Oro está abarrotado de clientes

Un cliente sale de El cerdo de oro
Un cliente sale de El cerdo de oro. (14ymedio)
Víctor Ariel González

06 de noviembre 2014 - 10:00

La Habana/Son las diez de la mañana y El Cerdo de Oro está abarrotado de clientes. Al entrar se siente un olor intenso a carne ahumada, mezclado con el aroma de las guayabas maduras. Dos vendedores trabajan detrás del mostrador y un tercero acomoda unas frutas en sus cajas.

Casi no tienen tiempo para atender al periodista que se interesa por saber cómo han logrado levantar este negocio. No se trata de un mercado cualquiera: hay pesas electrónicas, neveras verticales, aire acondicionado y –lo más sorprendente– la limpieza y organización son infinitamente superiores a las de los mercados agropecuarios típicos de La Habana; de esos construidos aprisa bajo planchas de zinc donde pululan las moscas y el fango lo ha manchado todo.

Aquí es diferente. Se trata de un pequeño local bajo un edificio que hace esquina en Línea y 10, en el Vedado. Echaron cemento en el piso y lo pintaron con aceite, pusieron ventanas oscuras y un rotulado atractivo sobre el vidrio. "Demoramos dos meses en preparar esto", dice uno de los trabajadores cuando al fin puede contestar a unas preguntas. "Ya viste que esto está lleno", continúa el hombre, "¡en diciembre me imagino que vamos a necesitar hasta un portero!" El éxito les ha llegado rápido pues solo llevan unas semanas abiertos.

El Cerdo de Oro funciona como una cooperativa. En una de las paredes, sobre el mostrador, está colgada la licencia que otorga el Estado para esta actividad privada que está cobrando auge y abriendo negocios en varios puntos de la ciudad.

Así, por ejemplo, también está el mercado El Barrio, cerca de la embajada de la República Checa. Es fácil pasar de largo si no se lo conoce porque, visto desde fuera, este garaje cerrado no tiene mucha pinta de ser un comercio. Dentro, la presentación del producto es todavía más atractiva que la del lugar anterior. Poseen un gran mostrador refrigerado con todas las ofertas a la vista, ya empaquetadas y con etiquetas impresas en pesos cubanos. Tienen una reluciente máquina para lasquear a petición del comprador y un área detrás donde preparan los paquetes. No hay esos olores tan desagradables que suelen sentirse en las carnicerías estatales en CUC.

No hay esos olores tan desagradables que suelen sentirse en las carnicerías estatales en CUC

En El Barrio una vendedora explica cómo se puede arrancar un negocio de este tipo. La licencia requerida es "vendedor minorista de productos agropecuarios" y se solicita en las oficinas municipales del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social. "Nos demoramos cinco meses en hacer la gestión del permiso, pero la ventaja de esta actividad es que no necesitamos certificado sanitario como nuestros proveedores", dice antes de atender a otro cliente que recién entra.

"Aunque hay que pagar bastante en impuestos, se logra ganar", dice el personal de El Cerdo de Oro. Los precios en las tablas siguen muy por encima de lo que el bolsillo de la gente común puede pagar, aunque similares a como se encuentran en todas partes. "Nuestra ventaja es que hemos hecho una presentación diferente y eso a la gente le ha gustado", aseguran los trabajadores de la otra tienda.

Eso sí, jamás será posible encontrar carne de res en ninguno de estos comercios. Ni siquiera leche de vaca o sus derivados. El yogur que ofertan en una de estas carnicerías, donde venden varios tipos de alimentos, está hecho con leche de cabra. Tampoco les permiten comerciar con productos importados.

Pese a las trabas administrativas y a las enormes limitaciones que impone el Gobierno en la oferta de productos, la iniciativa privada se abre camino poco a poco en esta economía que insiste en llamarse "socialista" y "planificada". Sin embargo, el ínfimo poder de compra de la población hace que pocos cubanos pueden darse el lujo de agasajar a su familia con una pierna de cerdo –un mes de salario promedio– y unas apetitosas hojas de lechuga fresca envuelta en nylon transparente.

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