Trump y Cuba, o cómo apostar por el ganador equivocado

Donald Trump pretende que el Estado Islámico no escape de las zonas en las que persiste y eliminar su amenaza. (EFE)
Faltan menos de 72 horas para que el presidente Donald Trump exponga en Miami las nuevas bases de la política del Gobierno de Estados Unidos hacia Cuba. (EFE)
Reinaldo Escobar

13 de junio 2017 - 17:47

La Habana/Faltan menos de 72 horas para que el presidente Donald Trump exponga en Miami las nuevas bases de la política del Gobierno de Estados Unidos hacia Cuba. En ese momento podrían frenarse –o revertirse– las decisiones de su predecesor, Barack Obama, durante el proceso de normalización diplomática con la Isla.

El magnate hará del anuncio un espectáculo como tantos que ha protagonizado desde que está al frente de la mayor potencia del planeta. Gesticulará, se comprometerá con los derechos humanos y arrancará entusiastas aplausos, pero después regresará a la Casa Blanca y la Isla quedará relegada en su agenda.

¿Por qué confiar el destino de este país a un hombre que no ha podido cumplir ninguna de las promesas electorales que hizo a sus propios ciudadanos? ¿Acaso la política hacia Cuba será lo único que le salga bien a quien se ha comportado como un elefante político en un delicado mundo de cristal?

Trump intentará complacer a las voces que piden apretar las clavijas a La Habana. Sanciones, recortes y revocación de las medidas tomadas durante el deshielo están entre las demandas de quienes apuestan por la confrontación, una estrategia que contó con medio siglo para demostrar su ineficacia.

Trump intentará complacer a las voces que piden apretar las clavijas a La Habana

El mandatario se dirigirá especialmente a esos que insisten en "cerrar el grifo", cortar la comunicación y cercenar los suministros a la dictadura más larga de occidente, como si en la casa de los jerarcas del Partido Comunista fuera a faltar la electricidad, el agua o el acceso a internet por tales medidas.

Resulta sintomático que los reclamos de estrangulamiento económico rara vez brotan de quienes esperan largas horas por un ómnibus, dependen cada día del pan que se distribuye en el mercado racionado y tienen que estirar un salario mensual que apenas alcanza para sobrevivir una semana.

Por otra parte, culpar a la "mano blanda" de Obama del naufragio de la normalización lleva a olvidar que quienes mandan en Cuba no aprovecharon la oportunidad por miedo a perder el control. Se asustaron más con su discurso en el Gran Teatro de La Habana que con cualquier amenaza de intervención militar.

Los que han aspirado durante décadas a una rendición incondicional, a la venganza justiciera y al "todo o nada" con el castrismo, tampoco perdieron el tiempo en ponerle zancadillas al proceso iniciado el 17 de diciembre de 2014. A partir de este viernes se verán obligados a aceptar cada cosa que ocurra tras las decisiones de Trump o a reconocer que tampoco así se sale de una dictadura.

¿Cuáles serán las consecuencias previsibles en la Isla de un retorno a la política del garrote? Un incremento de la represión y un mejor posicionamiento de los sectores más conservadores

Las cifras de detenciones arbitrarias recopiladas por la Comisión Cubana de Derechos Humanos es poco probable que disminuyan significativamente, las Damas de Blanco seguirán sin poder marchar por la Quinta Avenida al oeste de La Habana y los grupos de oposición se mantendrán sumidos en la ilegalidad y la persecución política.

¿Cuáles serán las consecuencias previsibles en la Isla de un retorno a la política del garrote? Un incremento de la represión y un mejor posicionamiento de los sectores más conservadores. La Plaza de la Revolución, la tiranía de los Castro, el régimen... o como prefiera llamársele, no estará solo ante un apretón de tuercas de parte de Washington.

Rusia, China, Angola, Nicolás Maduro y los camaradas de Corea del Norte, Congo, Zimbabue e Irán se apresurarán a tomar partido por Raúl Castro. Mientras, en las calles de la Isla la población marcará el paso en renovadas marchas del pueblo combatiente, enarbolará consignas antiimperialistas y aceptará la postergación de las viejas promesas de la Revolución.

Frente a "la nueva arremetida del imperio" el oficialismo reforzará su vocación de atrincheramiento. En la cúpula no habrá fisuras ni discrepancias. Los perseguidores reforzarán su poder y gozarán de impunidad para aplastar cualquier resistencia.

Trump no va a lograr con sus nuevas medidas que los estudiantes universitarios vuelvan a desfilar con un cartel de "Abajo la Dictadura", los sindicatos convoquen a una huelga general contra el Gobierno o que los campesinos marchen a las ciudades reclamando tierras.

El efecto placebo de los anuncios de Trump se disipará para dejar paso a la obstinada realidad de que ninguna decisión de un Gobierno extranjero cambiará Cuba

Ni siquiera está claro si el presidente aguantará cuatro años en su cargo, acorralado como está por los escándalos políticos, una supuesta intervención del Kremlin en las elecciones que lo llevaron al poder y su desafortunada manera de gestionar la política a través de tuits incendiarios o amenazas.

Sus decisiones tampoco provocarán en la Isla un Maleconazo, como el de agosto de 1994. Aquella protesta popular fue espoleada por los deseos de escapar del país, no por cambiarlo. Aquellos dramáticos sucesos no resultaron convocados por la oposición y tampoco generaron cambios políticos, apenas la Crisis de los Balseros.

Un estallido de ese tipo sería una pesadilla para un líder con un marcado nacionalismo y una evidente fobia antiinmigrantes.

Este viernes el presidente norteamericano tendrá su momento frente al exilio cubano. Los aplausos le durarán poco. El efecto placebo de sus anuncios se disipará para dejar paso a la obstinada realidad de que ninguna decisión de un Gobierno extranjero cambiará Cuba, tenga al frente a Barack Obama o a Donald Trump.

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