Aberraciones incongruentes

26 de julio. (14ymedio)
El 26 de julio se celebra una fecha en la que murieron decenas de jóvenes. (14ymedio)
Pedro Armando Junco

08 de agosto 2016 - 17:00

Camagüey/Pocos sistemas en el mundo son tan incongruentes como el cubano a la hora de cometer sus errores. Quizás el exceso de celo por "revolucionar" todo sea la causa principal de estos desatinos políticos, que se apartan de la lógica con prisa de electrones en átomo que estalla. Lo peor no radica en lo insensato de las proposiciones, sino en una voluntad oculta por formar nebulosas atronadoras en los ojos y oídos domesticados en parte de una ciudadanía que luego las reproduce como acertadas.

¿Quién que medite con justeza puede afirmar que "el 26 es el día más alegre de la historia" como repite el estribillo de una cancioncita mediocre actualmente reproducida por la televisión en saludo a la trágica fecha? Una madrugada luctuosa en la que cayeron decenas de jóvenes, muchos de ellos torturados y luego asesinados a manos frías, ¿puede resultar alegre para alguien que no sean los esbirros ejecutores de tales barbaridades? Celebrar el Primero de enero de 1959 cabe en la lógica de la misma manera que el 20 de mayo o los Gritos de Yara y de Baire, cuyas venturosas páginas han quedado escritas con gritos de rebeldía y de victoria. Pero solo cerebros aturdidos pueden creer que el 26 de julio es digno de celebración festiva hasta para los comunistas más conservadores.

Una madrugada luctuosa en la que cayeron decenas de jóvenes, muchos de ellos torturados y luego asesinados a manos frías, ¿puede resultar alegre para alguien que no sean los esbirros ejecutores de tales barbaridades?

No es esa solamente la pifia histórica en la que se tergiversa el sentido fervoroso de la nación cubana. A la hora de bautizar una empresa, una granja o una comunidad recién construida prefieren nombrarla con el sitio infortunado en la que perecieron los mártires que se pretende honrar. Tal es el caso de Vado del Yeso, en la provincia Granma o, peor aún, Jimaguayú, en Camagüey. ¿Quién desconoce en Cuba que Vado del Yeso fue el lugar de la selva boliviana en que emboscaron a una fracción de la guerrilla del Che al cruzar un río y donde fueron ametrallados sus miembros, en medio del cruce, dentro de las aguas? ¿Es digno de enarbolar ese nombre en una comunidad nueva, allá en las cercanías de Bayamo? En Camagüey se tomó el nombre del sitio donde cayó el mayor general Ignacio Agramonte, nombrado desde antes del suceso Jimaguayú, y se le ha calcado e impuesto a un municipio recién creado. Desde entonces, el visitante foráneo, si busca el lugar del obelisco histórico que rinde honores al Héroe del Rescate, puede que vaya a dar a un poblado muy distante de aquel, que para nada tiene que ver con el sitio original.

A comienzos del siglo XX, apenas instaurada la República, los mambises victoriosos cambiaron el españolizado Santa María del Puerto del Príncipe por el sencillo Camagüey, la tercera ciudad de Cuba. Era la respuesta apropiada que nuestros padres fundadores dieron a las monarquías ibéricas y el justificado reconocimiento al cacique Camaguebax, autóctono nativo y dueño de estas tierras quien, con la natural generosidad indígena, dio bienvenida y cobijo a los primeros habitantes de la villa a comienzos del siglo XVI. "Camagüey", palabra sonora y aguda, fácil de recordar y para nada homófona con otros calificativos, resultó perfecta y reconocida hasta en el mapa. Ahora, el arcaico nombre "Puerto Príncipe" aparece hasta en las promociones turísticas más comunes, y a los habitantes de la ciudad se les nombra "principeños" con la clara intención de opacar el que con tanto orgullo muestran los lugareños.

En esta misma ciudad se reproducen situaciones análogas que hasta nuestros historiadores reconocen: Salvador Cisneros Betancourt, ilustre camagüeyano de la independencia, aborrecía se le nombrara con su título nobiliario "Marqués de Santa Lucía". ¡Todos los intelectuales lo saben! Ahora, su casa natal, convertida en hostal del Estado, lleva inscripto en la fachada: la casa del Marqués.

¿Cuál será el móvil de este empeño por opacar la voluntad de los próceres que lo entregaron todo por la patria? ¿Por qué la determinación de nuestros mambises no es respetada en la memoria de los nuevos hijos? ¿Acaso será porque Ignacio Agramonte deploraba el comunismo y Salvador Cisneros era anexionista?

El odio a Estados Unidos ha sido capaz de tergiversar la historia. En las escuelas no se enseña que el ejército norteamericano fue quien en definitiva echó de Cuba al ejército colonial. Se ha llegado a la aberración histórica de rendir honores al Almirante Cervera, el más alto oficial naval de España en Cuba al final de la Guerra de Independencia, quien se negó a rendir su flota a la armada de los Estados Unidos que bloqueaba la bahía de Santiago de Cuba y luchaba al lado de nuestros patriotas y lanzó imprudente todos sus buques a romper el cerco. Por supuesto, los norteamericanos le hundieron la flota, y quizás eso ha bastado para vender la imagen de Cervera como un héroe histórico.

Se cierne en la Isla, como hace más de cien años, una tendencia anexionista en la población que pone en peligro inminente el futuro de Cuba independiente, libre y soberana

El odio ha exacerbado tanto el cerebro dócil de tantos cubanos, que hasta muchos artistas se ceban en promoverlo. El ejemplo más evidente es el de Elpidio Valdés, un cómic fílmico que nació con la Revolución y representa a un coronel mambí en la guerra contra España. Los niños cubanos y, ¿por qué no?, los adultos también, se deleitaban con aquellos cortos fílmicos y se identificaban con los personajes de la serie donde, hasta el caballo Palmiche, combatía contra los colonizadores. Pues, de la noche a la mañana, los malos ya no eran tanto los soldados de España como los magnates norteamericanos, tipos crueles, bribones y ridículos.

Podría escribir infinidad de cuartillas más con ejemplos fehacientes de la pésima correspondencia con la verdad histórica como los acabados de citar. En las clases de historia de los escolares cubanos reina un alejamiento tal de la autenticidad, que los nombres de Miguel Tourbe Tolón –diseñador de la bandera y el escudo de la patria– y Narciso López, primer hombre en izar en Cárdenas el respetado estandarte nacional, son borrados de los programas de estudio, y cuando se habla de ellos es para vituperarlos por haber sido anexionistas. ¿Qué habría dicho ante estas manipulaciones el Padre Valera que nos enseñó a pensar? ¿Qué habría dicho Martí, tan aferrado siempre a la verdad histórica, al respeto y a la negación del odio hasta de sus propios enemigos?

Sin embargo, lo que parecen ignorar los responsables de estos desaciertos es que cada día que pasa, debido a la deficiente administración del Estado y al poco respeto a la soberanía individual, se cierne en la Isla, como hace más de cien años, una tendencia anexionista en la población que pone en peligro inminente el futuro de Cuba independiente, libre y soberana.

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