Las delirantes relaciones entre Cuba y Venezuela (Segunda parte)

Chávez presidente y Fidel Castro como poder tras el trono

Hugo Chávez junto a Fidel y Raúl Castro en verano de 2011 en Cuba. (EFE)
Hugo Chávez junto a Fidel y Raúl Castro en verano de 2011 en Cuba. (EFE)
Carlos Alberto Montaner

30 de abril 2017 - 14:25

Miami/Chávez comenzó su mandato sometiéndose al consejo constante de Fidel Castro, a quien no tardó en ayudar copiosamente en el terreno económico. Sin embargo, la colaboración entre ambos países dio un salto cualitativo en abril de 2002, cuando las Fuerzas Armadas de Venezuela, en complicidad con factores políticos y con el establishment económico dieron un golpe militar y durante 72 horas estuvo fuera del poder.

Este no es el lugar para explicar lo que sucedió, pero casi milagrosamente Chávez recuperó la presidencia, y con ella la certeza de que muchos de sus compatriotas eran unos traidores, así que en el futuro sólo podía contar con la lealtad del Gobierno cubano, y muy especialmente con la de Fidel Castro, quien durante esos tres días extremó sus maniobras para lograr que Chávez, primero, conservara la vida y, segundo, volviera a la jefatura del Estado.

Tras este episodio cambió el vínculo entre los dos caudillos. Fidel adquirió un total control emocional e ideológico sobre Chávez, y se multiplicaron progresivamente las exacciones de dinero por parte de La Habana, ocultadas bajo el rubro de los servicios de profesionales de la medicina y de otras decenas de actividades comerciales convenientemente infladas, como, por ejemplo, el alquiler de perforadoras de petróleo que serían utilizadas en el lago Maracaibo.

Fidel adquirió un total control emocional e ideológico sobre Chávez, y se multiplicaron progresivamente las exacciones de dinero por parte de La Habana

El comandante había encontrado una fuente casi inagotable de financiamiento y a un discípulo al que le podía entregar la dirección de la "lucha contra el imperialismo yanqui" –el objeto de su vida--, porque no confiaba demasiado en las condiciones intelectuales en su hermano Raúl Castro, aunque no ponía en duda su lealtad absoluta.

A partir de ese momento aumentó el delirio revolucionario de ambos caudillos y comenzaron a soñar con unir a ambas naciones, y hasta crearon unas comisiones de expertos juristas que estudiaron el modo de llevar a cabo la fusión.

En diciembre del 2005, Carlos Lage, vicepresidente de la Isla, entonces gerente del desastre administrativo cubano, declaró que Cuba tenía dos presidentes, Fidel Castro y Hugo Chávez, mientras el ingeniero Felipe Pérez Roque, canciller cubano, dejó dicho en Caracas, en un discurso pronunciado en el teatro Teresa Carreño, que los dos países asumían el reto de dirigir la lucha planetaria por los trabajadores del mundo, ya que la Unión Soviética había traicionado ese objetivo.

Es a tenor de esas palabras y de ese inmenso compromiso que se explica el sistema de alianzas trenzado por ambos países bajo la dirección de Castro.

Chávez llevó de la mano por media América a su "hermano" Ahmadineyad –así le llamaba--, presidente de Irán, y trabó relaciones sólidas y oscuras con los narcoterroristas de las FARC y con grupos similares del Medio Oriente, con los que se congració sosteniendo posturas antisemitas y antiisraelíes.

Para Chávez, arrastrado a la lucha antinorteamericana de Fidel Castro y siguiendo la vieja receta soviética evidenciada en el Movimiento de los No-Alineados, en el que cabía todo, no le importaba pactar con una teocracia islámica, con Corea del Norte, con la dictadura bielorrusa de Aleksander Lukashenko, o con guerrilleros colombianos que dirigían y operaban un enorme cartel narco. Lo único que el tándem Cuba-Venezuela les exigía a sus socios políticos era que fuesen decididamente antiyanquis y asumieran un discurso antioccidental.

Sin embargo, las relaciones personales entre Fidel Castro y Hugo Chávez no eran tan buenas como creía el venezolano. Para Fidel, Chávez era un personaje vulgar y untuoso, un tipo "parejero" –se colocaba parejo al comandante—a quien el cubano rechazaba en el plano humano, aunque sabía que la ayuda venezolana era vital para la subsistencia de la Isla.

Las relaciones personales entre Fidel Castro y Hugo Chávez no eran tan buenas como creía el venezolano. Para Fidel, Chávez era un personaje vulgar y untuoso

Este juicio de Fidel no era nuevo. En el 2001, en Ciudad Bolívar, cuando la periodista venezolana Isa Dobles, su amiga, le preguntó a Castro cómo resistía a semejante patán, el comandante, melancólicamente, le respondió: "Por Cuba, Isa, yo estoy dispuesto a cualquier sacrificio".

Sin embargo, desesperado por las constantes e insufribles llamadas de Chávez, por aquellos años Fidel Castro tomó una decisión radical: se lo quitó de encima el 90% de las veces.

Le comunicó a Chávez, todo lo amablemente de que era capaz, que, debido a lo delicado del momento, tendría que pasarle sus llamadas y vínculos a Carlos Lage y a Pérez Roque, con instrucciones de que lo atendieran con prontitud, ingrata tarea de la que ambos acabaron quejándose amargamente.

Como es notorio, a fines de julio de 2006, Fidel Castro enfermó gravemente con un ataque casi mortal de diverticulitis, aunque no murió, como sabemos, hasta noviembre de 2016, una década más tarde, legitimando el dictum español de que hay enfermos dotados con una mala salud de hierro. Irónicamente, Hugo Chávez feneció víctima de un cáncer antes que su mentor y amigo, supuestamente el 5 de marzo de 2013, sexagésimo aniversario de la muerte de Stalin.

Digo supuestamente porque hay razones para pensar que murió antes, aunque no se anunció su deceso porque previamente Cuba debía solucionar el grave asunto de la sucesión para poder garantizarse que la ayuda siguiera fluyendo de Caracas hacia La Habana.

El elegido para ocupar el trono fue Nicolás Maduro, y parece que fueron Raúl Castro y Lula da Silva los que convencieron a Chávez, ya cerca de la muerte, de que seleccionara como heredero a ese personaje torpe y grandullón que había pasado sin penas ni glorias por la Escuela de Cuadros del Partido Comunista de Cuba. Cualquiera le parecía mejor a los cubanos que Diosdado Cabello, a quien le correspondía ocupar el cargo de acuerdo con la Constitución bolivariana, pero de quien todos desconfiaban.

Raúl Castro entra en escena

Cuando Raúl Castro entra en escena a presidir a los cubanos (de 2006 al 2008 con carácter interino, pero a partir de ese año, de manera oficial y permanente), debía dividir sus responsabilidades con Lage y con Pérez Roque, pero Raúl, en 2009, con la ayuda de los servicios de inteligencia, se las arregló para liquidar a sus dos rivales.

Ambos fueron condenados al ostracismo y a la indignidad, acusados de burlarse de Fidel Castro, pecado mayor en un régimen absolutamente caudillista como el cubano.

Raúl Castro, cinco años más joven, era totalmente diferente a Fidel, quien lo minusvaloraba siempre y lo despreciaba a veces, pero una de las maneras que Raúl tenía de congraciarse con su hermano era ejerciendo la violencia con gran rigor. De ahí esa curiosa declaración de Fidel, en el año 59, en la que advertía que, si lo mataban, su hermano y ya entonces heredero, sería mucho peor, algo que, en cierto modo, era verdad.

Raúl, al contrario de lo que sucedía con Fidel, era un buen padre de familia, aunque carecía de densidad intelectual, lo que lo distanciaba de su hermano. Se sentía bien, en cambio, con los militares que lo rodeaban. Era un tipo organizado, y le gustaba hacer chistes procaces. Chistes de cuartel.

En Cuba, durante años, el poder se dividía entre fidelistas y raulistas, pero no a partes iguales. Los primeros tenían el control de la autoridad y seguían de cerca las iniciativas del Máximo Líder. Los segundos giraban en torno a las Fuerzas Armadas protegidos por el hermano "pequeño".

No obstante, Raúl fue lentamente apoderándose de todo el aparato represivo, primero, en los años 90, fagocitando al Ministerio del Interior, lleno de fidelistas, tras fusilar al general Arnaldo Ochoa y al coronel Tony de La Guardia, y apresar, poco después, al general José Abrantes, ex Ministro del Interior, quien murió sorpresivamente en la cárcel en lo que fue, a todas luces, una ejecución porque sabía demasiados secretos, especialmente los relacionados con el narcotráfico.

El poder se dividía entre fidelistas y raulistas. Los primeros tenían el control de la autoridad y seguían de cerca las iniciativas del Máximo Líder. Los segundos giraban en torno a las Fuerzas Armadas protegidos por el hermano "pequeño"

Pero el zarpazo final fue en el 2009: tras la salida de Lage y de Pérez Roque vinieron la desbandada del llamado Grupo de Apoyo al Comandante y de los personajes revoltosos que figuraban en lo que Fidel Castro llamaba la "Batalla de ideas", un departamento de propaganda y agitación dotado de cuantiosos recursos que se dilapidaban insensiblemente.

A esas alturas de su vida, Raúl Castro tenía serias dudas sobre las iniciativas de su hermano, un personaje que nunca había rebasado la etapa de agitación revolucionaria de sus años universitarios, pero más inquietudes aún le producían el marxismo-leninismo y ese loco proyecto de conquista planetaria iniciado entre Fidel y Chávez.

Raúl, tras ser un rusófilo consumado, abrumado por la experiencia, en la década de los 80 había dejado de creer en el colectivismo marxista, y pidió que rápidamente le tradujeran del ruso el libro Perestroika de Gorbachov.

Posteriormente, el mundo ideológico se le vino al suelo tras la desaparición de la URSS y la comprobación de que el sistema no servía para otra cosa que para mantenerse en el poder a palo y tentetieso.

¿Por qué alguien que hacía años no creía en el comunismo, no respetaba lo más mínimo a Hugo Chávez, y le parecía un disparate dedicarse a batallar contra Estados Unidos, continuaba funcionando como si mantuviera las mismas ideas de su hermano?

Por algo que se puede calificar como "la inercia del poder". Eso exactamente es lo que Raúl Castro quería decir cuando afirmaba que él "no había llegado a la presidencia para enterrar la Revolución". No se trataba de defender el curso ni los basamentos filosóficos de la Revolución, sino de no enterrarla para morirse en paz consigo mismo.

Por supuesto: estaba demasiado anciano y cansado para bajarse del tigre. Era como esos fumadores inveterados que saben que el tabaco los está matando, pero se sienten muy viejos para dejarlo.

No se trataba de defender el curso ni los basamentos filosóficos de la Revolución, sino de no enterrarla para morirse en paz consigo mismo

Conocía que la Revolución había destrozado el aparato productivo, al extremo de que el país sólo se sostenía por recursos que venían del exterior, principalmente de Venezuela, pero no se sentía con fuerzas e imaginación para cortar por lo sano y revertir el proceso.

¿Qué pasará en Cuba si los venezolanos le ponen fin al chavismo, como cada día parece más probable?

Las consecuencias económicas serán terribles. Se reducirá aún más la ya mínima capacidad adquisitiva de los cubanos, volverán las restricciones alimentarias y los apagones, y el país volverá a estar como estuvo en la primera mitad de los años noventa, cuando desapareció la URSS y Cuba perdió súbitamente el mercado artificial, pero obligado, de Europa del Este.

Sin embargo, las peores consecuencias serán las políticas. Esta crisis económica coincidiría con el supuesto retiro de Raúl Castro en febrero de 2018, lo que significa el fin biológico de la generación que hizo la Revolución.

Coincidiría, además, con la presidencia probablemente hostil de Donald Trump, y con el incierto destino de los miles de cubanos que están en Venezuela, cuyo regreso precipitado a la Isla sería un problema semejante al que se presentaría si muchos de ellos deciden quedarse en el país, como ya han hecho centenares de lo que en La Habana llaman desertores.

Más todavía: esa situación, materialmente desesperada y políticamente desmoralizante, iría pareja al descreimiento absoluto en el destino de una Revolución que sólo les ha traído inconvenientes y dolores a los cubanos.

Aunque Raúl Castro pensaba que su función no sería enterrar un proceso en el que ya no creía, verá cómo sucede exactamente lo contrario. Si vive, verá el cambio. Y si le queda algo de la audacia y la decencia juvenil, no tratará de obstaculizarlo.

En todo caso, tras él, y tras la desaparición del chavismo, no vendrá el diluvio, sino la transición a la libertad de la mano de quienes ya no pueden creer en la Revolución porque ésta ha fracasado intensamente y durante mucho tiempo. Demasiado tiempo.

PRIMERA PARTE: Venezuela en la mira

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