Exigencias preocupantes

Vista aérea de la Base Naval de Guantánamo. (Google)
Vista aérea de la Base Naval de Guantánamo. (Google)
Fernando Dámaso

15 de mayo 2015 - 18:14

La Habana/Las autoridades cubanas han planteado el anuncio del 17 de diciembre y los contactos entre las delegaciones de los Gobiernos de la Isla y Estados Unidos como si fuera su gran victoria. Argumentan que es el “resultado de casi medio siglo de resistencia, heroica lucha y fidelidad a los principios del pueblo cubano”. Explican la negociación en el contexto de la nueva época que vive la región y gracias al valiente reclamo de los Gobiernos de la CELAC. Nuevamente aparece el falso triunfalismo, que tantos dolores de cabeza nos ha dado, empañando los pasos que se están dando.

Se obvia la valiente decisión del presidente de Estados Unidos y las medidas que, sin dar el Gobierno cubano nada a cambio, está tomando la Casa Blanca a pesar de las críticas de sectores demócratas y republicanos.

Las autoridades cubanas, sabedoras de que para obtener algo sustancioso solo cuentan con menos de dos años –el tiempo que le resta en el poder al actual presidente norteamericano–, en lugar de facilitar su gestión, la complican con algunas exigencias absurdas y fuera de contexto, mezclándolas con las que podrían ser aceptadas.

Así aparecen, junto al cese del bloqueo/embargo, la autorización de viajes individuales de norteamericanos, la obtención de créditos, la eliminación del país de la lista de promotores del terrorismo, la adquisición de equipos y tecnologías y las relaciones de importación-exportación. Todo eso es justo y responde a buenas relaciones entre países vecinos. Pero entonces, suman la devolución de la Base Naval de Guantánamo, el cese de las trasmisiones radiales y televisivas de Radio y TV Martí y una compensación por los daños humanos y económicos causados, eso sin permitir que se le pida al Gobierno cubano nada a cambio, algo que será muy difícil que alguna administración norteamericana acepte.

Como simples aclaraciones, es bueno recordar que la Base Naval de Guantánamo se estableció, con sus límites actuales, según el Convenio entre Cuba y Estados Unidos del 27 de diciembre de 1912. Más tarde fue ratificado en el artículo III del Tratado de Relaciones entre la República de Cuba y Estados Unidos, firmado en Washington el 29 de mayo de 1934, donde quedaba claro que “mientras no se abandone por parte de Estados Unidos la dicha estación naval o mientras los dos Gobiernos no acuerden una modificación de sus límites actuales, seguirá teniendo la extensión territorial que ahora ocupa, con los límites que tiene en la fecha de la firma del presente tratado”. Teniendo estos datos presentes, resulta un absurdo plantear “la ocupación ilegal del territorio de la Base Naval de Guantánamo por Estados Unidos”, cuando esto fue acordado entre dos Gobiernos legítimamente constituidos. También lo resulta “exigir su devolución”, como si se tratara de algo robado. El “diferendo de la Base Naval de Guantánamo” solo podrá resolverse mediante conversaciones serias y responsables entre los dos Gobiernos.

La fórmula “sin prisa pero sin pausa” es buena para el Gobierno, pero pésima para los cubanos

Con relación a “la acusación de promotor del terrorismo”, es cierto que el pueblo cubano siempre ha repudiado esta forma indiscriminada de violencia, pero le fue impuesta por quienes hoy detentan el poder desde la década de los cincuenta, cuando se se colocaban artefactos explosivos en lugares públicos, entre cuyas víctimas aparecían ciudadanos inocentes y, en los años posteriores, mediante la práctica de organizar, entrenar, asesorar y avituallar grupos guerrilleros en numerosos países de América Latina para desestabilizar y liquidar gobiernos, en muchos casos legítimamente constituidos.

Esta práctica, fracasada en América Latina, se extendió a África, incrementada con la participación en “guerras ajenas” de ciudadanos cubanos, en interés de la extinta Unión Soviética en su diferendo con Estados Unidos. Nuestras autoridades nunca han sido las “pacíficas palomas” que hoy plantean haber sido: se involucraron e involucraron al pueblo cubano en la Guerra Fría, en su afán enfermizo por destruir a Estados Unidos, el odiado “imperio”. Ahora, después de los descalabros internos, de la profunda crisis nacional y de haber cambiado la situación internacional, cuando la inversión extranjera representa la única garantía de supervivencia del régimen, la convivencia pacífica parece imponerse. Sin embargo, no deben tratarse de borrar las “grandes meteduras de pata históricas”, tanto internas como externas, de este último medio siglo. La “acusación” no fue fortuita ni un “título honorífico”, como jocosamente se pretende hacer creer.

Estas exigencias descabelladas, a pesar de los múltiples viajes al exterior y conversaciones con presidentes de otros países, inclusive con el papa, hacen pensar que, independientemente de ellas, a las autoridades cubanas solo les interesa continuar ganando tiempo, dilatando la solución del diferendo, sin atreverse a cerrar el juego, por lo que pudiera suceder. La fórmula “sin prisa pero sin pausa” es buena para el Gobierno, pero pésima para los cubanos, quienes necesitan urgentes cambios profundos para sobrevivir en el presente y echar las bases de un futuro mejor. Todo no es más que un problema de adicción enfermiza al poder, creyendo estar designados por los dioses para ejercerlo eternamente, sin interesarles para nada el pueblo cubano. Después de hundir al país y llevarlo a la miseria, aún se consideran sus salvadores y, lo peor, pretenden que los ciudadanos lo aceptemos.

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