Hollande y Castro: con vino pero sin democracia

François Hollande y Raúl Castro, en el Palacio de la Revolución de La Habana, durante la visita del presidente francés a Cuba en mayo de 2015. (EFE)
François Hollande y Raúl Castro, en el Palacio de la Revolución de La Habana, durante la visita del presidente francés a Cuba en mayo de 2015. (EFE)
Yoani Sánchez

01 de febrero 2016 - 10:24

Washington/El presidente iraní Hassan Rouhani suspendió su almuerzo con François Hollande porque no quiso retirar el vino de la mesa. Esta noche, en cambio, el mandatario francés no tocará con Raúl Castro el tema de las violaciones de derechos humanos en Cuba, para evitar agraviar al visitante. Un gesto que terminará afectando la imagen de Francia, mucho más que haber prescindido de una copa de tinto.

Frente al líder de la poderosa nación, con un polémico programa nuclear, las autoridades galas no quisieron privarse de uno de los símbolos de su identidad. Pero ante el General que no permite la oposición ni la prensa independiente en su país, los anfitriones bajarán el tono de los requerimientos democráticos, algo similar a cuando Roma tapó la desnudez de sus estatuas para agradar al mismo Rouhani.

En la patria de "Libertad, Igualdad, Fraternidad", desaprovechar la visita oficial de Raúl Castro y no exigirle una apertura democrática sería una decepción mayúscula. No convence el argumento de una fuente del ejecutivo francés que ha declarado que la cuestión de los derechos humanos "siempre está presente". Es el momento para arrancarle al octogenario caudillo un compromiso de apertura democrática en la Isla a corto plazo.

Francia no pierde nada si muestra una postura más firme sobre la falta de libertades bajo la que viven 11 millones de cubanos. A diferencia de Rouhani, Raúl Castro no le comprará más de un centenar de modernos Airbus ni le ofrecerá un contrato para la extracción de miles de barriles diarios de petróleo. La Plaza de la Revolución sólo va a reportarle pérdidas y descrédito.

Francia no pierde nada si muestra una postura más firme sobre la falta de libertades bajo la que viven 11 millones de cubanos: la Plaza de la Revolución sólo va a reportarle pérdidas y descrédito

Sobre el ejecutivo galo irán a parar las quejas de los acreedores del Club de París que en diciembre pasado le condonaron a la Isla 8.500 millones de dólares, cuando no vean siquiera el pago de los 2.600 millones restantes que La Habana se comprometió a devolver en un plazo de 18 años. Es poco probable que lo haga, porque el sistema cubano es experto en despilfarrar dinero ajeno y en timar a quienes lo ayudan.

Otro tanto ocurrirá con los 360 millones de euros sobre los que este lunes se cerrará un acuerdo bilateral para la financiación de proyectos de desarrollo. Un dinero que el oficialismo cubano colocará en áreas de conveniencia, que no empoderen a la ciudadanía ni hagan prosperar al entramado empresarial autónomo. Con el tiempo, esos recursos terminarán alimentando la corrupción, el mercado ilegal y los bolsillos de verde olivo.

Raúl Castro le prometerá esta noche a Hollande que el trozo de pastel que le corresponde está seguro. Como le ha dicho a tantos, sin duda, le ratificará que a los "amigos de Cuba, la Revolución siempre los tendrá presente". La "amistad", en este caso está indisolublemente asociada a la complicidad y a la callada aceptación del autoritarismo impuesto a la ciudadanía cubana.

Es sólo otra maniobra para ganar tiempo. Hollande pasará y la nueva administración tendrá que lidiar con quienes llevan casi seis décadas en el poder en Cuba y el cuento volverá a empezar por el principio: compromisos, palmadas en el hombro, fotos protocolares y una cena donde hay vino a raudales, pero han escondido la impúdica presencia de la democracia.

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