Medir la desesperanza

Miles de cubanos quedaron atrapados en sucesivas crisis migratorias en Centroamérica. (Archivo)
"Quienes crean que el cierre de una puerta migratoria actuará como el chasquido de los dedos que despierta a una sociedad hipnotizada a la conciencia cívica se equivocan". (Achivo)
Yoani Sánchez

12 de febrero 2017 - 14:32

La Habana/Las estadísticas engañan. Solo reflejan valores mensurables, realidades tangibles. Los organismos internacionales nos atiborran de números que miden el desarrollo, la esperanza de vida o el alcance de la educación, pero rara vez aciertan en graduar la insatisfacción, el miedo y el desaliento. Con frecuencia en sus informes se describe a una América Latina y a sus habitantes encerrados en la inopia de los dígitos.

Este año la región tendrá un tenue crecimiento del 1,3%, según ha pronosticado la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal). Un dato que apenas logra transmitir la envergadura de las vidas que dejará arruinadas el renqueante andar de la zona. Los proyectos inconclusos y un largo rosario de dramas sociales se acentuarán en muchos de estos países en los próximos meses. El caldo de cultivo donde brotan los populismos.

Sin embargo, el drama mayor sigue siendo la falta de horizontes que experimentan millones de habitantes de este lado del planeta.

Un haitiano que cruza la selva del Darién para llegar a los Estados Unidos no lo hace solo impulsado por las míseras condiciones que vive en su país, los destrozos dejados por los fenómenos naturales o las repetidas epidemias que se cobran miles de vidas. El más poderoso motor que lo mueve es la desesperanza, la convicción de que en su tierra no tendrá nuevas oportunidades.

Un haitiano que cruza la selva del Darién para llegar a los Estados Unidos no lo hace solo impulsado por las míseras condiciones que vive en su país

No atisbar el fin de la violencia empuja a otros tantos centroamericanos a escapar de sus países. En varias de estas naciones las pandillas se han vuelto un mal entronizado, la corrupción ha corroído el andamiaje interior de las instituciones y los políticos van de un escándalo en otro. El desaliento promueve entonces una respuesta muy diferente a la que genera la indignación. El primero suscita escapar, la segunda rebelarse.

Mientras tanto, en esta Isla del Caribe millones de seres humanos rumian su propia desilusión. Por décadas los cubanos huyeron movidos por la persecución política, los problemas económicos y el hastío. Hasta el pasado 12 de enero esa sensación de asfixia generalizada tenía una salida, se llamaba política de pies secos/ pies mojados y el presidente Barack Obama la eliminó pocos días antes de concluir su segundo mandato.

Los más acérrimos críticos de aquel privilegio migratorio aseguran que incentivó las deserciones y las salidas ilegales. Hay quienes critican también su injusto carácter al beneficiar con prerrogativas a quienes no escapaban de un conflicto bélico, un genocidio o un cataclismo natural. Olvidan entre sus argumentos que el desaliento también merece ser tenido en cuenta y computado en cualquier fórmula que intente descifrar la fuga masiva que afecta a una nación.

Un error similar cometen los organismos como la FAO, el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados o la Cepal que se especializan en medir parámetros al estilo de la cantidad de calorías ingeridas cada día, el efecto del cambio climático en los desplazamientos humanos o las décimas que decreció el Producto Interno Bruto de una nación. Sus reportes y declaraciones jamás sopesan la energía que se acumula bajo la frustración, el peso que tiene la decepción o la impotencia en toda migración.

Hasta el pasado 12 de enero esa sensación de asfixia generalizada tenía una salida, se llamaba política de pies secos/ pies mojados

Cuando más de tres generaciones de individuos han vivido bajo un sistema político y económico que no evoluciona ni progresa, se extiende entre ellos la convicción de que esa situación es eterna e inmutable. Llegan a perder el horizonte y en sus mentes echa raíces la idea de que nada puede hacerse para cambiar el statu quo. A ese punto han ido arribando muchos de los nacidos en Cuba después de enero de 1959 y que crecieron con la convicción de que todo había sido hecho por otros que los antecedieron.

Eso explica que un joven que poco antes dormía bajo un techo en La Habana, tenía acceso a una cantidad limitada pero segura de alimentos a través del mercado racionado y pasaba sus largas horas libres en el banco de un parque, se lance al mar en una balsa a merced de los vientos y de los tiburones. La falta de perspectivas está detrás también de una buena parte de los casos de migrantes isleños que han terminado en los último años en manos de traficantes de personas en Colombia, Panamá o México.

Washington no solo ha cortado una vía de escape, sino que la decisión de la Casa Blanca ha terminado por subir los grados de ese abatimiento que trae la crónica ausencia de sueños que caracteriza al país. La Ley de Ajuste Cubano, implementada desde 1966, se mantiene para quienes logren probar que son perseguidos políticos, pero la sensación más extendida entre los potenciales migrantes es la de haber perdido una última posibilidad de alcanzar un futuro.

Sin embargo, ese menoscabo de la ilusión tiene pocas posibilidades de transmutarse en rebelión. La teoría de la olla de presión social a la que Obama ha cerrado la válvula de escape para que el fuego de las estrecheces internas y la represión la hagan estallar suena bien como metáfora pero no incluye algunos importantes ingredientes. Entre ellos la resignación que desarrollan los individuos sometidos a realidades que se presentan como inmutables.

Quienes crean que el cierre de una puerta migratoria actuará como el chasquido de los dedos que despierta a una sociedad hipnotizada a la conciencia cívica se equivocan

La creencia de que nada puede hacerse y nada cambiará se mantiene por estos lares como el principal estímulo para levar anclas y partir hacia cualquier rincón del planeta. La olla no estallará con un mar de gente en las calles derrocando al Gobierno de Raúl Castro y entonando himnos en ese soñado “día D” que tantos se cansaron de esperar.

Quienes crean que el cierre de una puerta migratoria actuará como el chasquido de los dedos que despierta a una sociedad hipnotizada a la conciencia cívica se equivocan. La cancelación de esa política de beneficios en territorio estadounidense no alcanza para crear ciudadanos.

Una nueva barrera burocrática es poca cosa ante quienes consideran que han tocado su techo de vuelo y que en su patria no les queda ya nada por hacer. Esa callada convicción nunca aparecerá en las tablas, los gráficos de barras ni los esquemas con que los especialistas explican las causas de los éxodos y los desplazamientos, pero desconocerla les hace no comprender tan prolongada escapada.

Lejos de los informes y de las estadísticas que todo lo quieren explicar, la desesperanza llevará a los migrantes cubanos hacia otros lugares, reorientará su ruta hacia nuevos destinos. En lejanas latitudes florecerán comunidades que degustarán su consabido plato de arroz con frijoles y seguirán diciendo la palabra “chico” ante muchas de sus frases. Son esos que soltarán una lagrimita cuando vean en el mapa ese trozo de tierra largo y estrecho donde un día tuvieron sus raíces pero sobre el que nunca pudieron dar frutos.

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Nota de la Redacción: Este texto ha sido publicado este domingo 12 de febrero en el diario El País.

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