Otro aliado que cae: el cerco contra Robert Mugabe

Hace un año, Mugabe asistió al funeral de Fidel Castro, camarada de ruta autoritario, quizás como quien participa en sus propias exequias

Cada vez que Mugabe fue condenado por los organismos internacionales por adulterar las elecciones y eliminar las voces críticas, La Habana siempre estuvo de su lado. (EFE/Archivo)
Cada vez que Mugabe fue condenado por los organismos internacionales por adulterar las elecciones y eliminar las voces críticas, La Habana siempre estuvo de su lado. (EFE/Archivo)
Yoani Sánchez

16 de noviembre 2017 - 18:36

La Habana/Nadie que lleve cuatro décadas en el poder es inocente y Robert Mugabe no será la excepción. Esta semana sus tropelías le están pasando la cuenta al caudillo africano de 93 años, el dictador más longevo del mundo. El hombre que mantuvo a Zimbabue en un puño desde 1980, cuando se convirtió en jefe de Gobierno, ha sido confinado en su casa por el ejército y su salida de la jefatura de Estado que ocupa desde 1987 parece inminente.

Enfermo, debilitado y convertido en un estorbo hasta para su partido, el ZANU-PF (Unión Nacional Africana de Zimbabue-Frente Patriótico), Mugabe lleva 37 años al frente del país y su prontuario de violaciones de derechos humanos es tan extenso como los días que ha pasado sentado en la silla presidencial.

Al igual que la mayoría de los revolucionarios que llegan al poder, Mugabe se encargó de destruir su propio prestigio. El primer presidente de Zimbabue, después de que el país se sacudiera el yugo colonial, ha negado con su accionar aquel aura de libertad y emancipación que alguna vez lo acompañó.

Como un caballo solo en la pista de carreras ganó una tras otra las elecciones presidenciales que orquestó para validarse ante la opinión pública internacional, echando mano del fraude y la represión contra la disidencia. Hizo que se le venerara como a un Dios y recientemente anunció su obstinada candidatura para los comicios de 2018.

En los últimos años, Mugabe llevó al país a una de las mayores crisis económicas de su historia

En los últimos años, Mugabe llevó al país a una de las mayores crisis económicas de su historia, con un desabastecimiento de alimentos cada vez más marcado, una inflación por la nubes y un desempleo del 80%, unos males que atribuyó a una conspiración internacional, como es práctica común en este tipo de regímenes.

Mugabe ha controlado cada detalle de la vida de la nación que una vez fue conocida como "el granero de África" por sus fértiles tierras y su elevada producción agrícola, pero lastrada por la expoliación y los abismo sociales. Dónde reside cada ciudadano, de qué se alimenta, con quién se reúne o qué orientación sexual prefiere no son opciones a elegir en el Zimbabue del viejo patriarca.

A su régimen le encaja la palabra "totalitarismo" con una exactitud de diccionario. Un sistema político al que trató de cubrir con los ropajes de la justicia social y las oportunidades para todos, pero que en la práctica solo proveyó de posibilidades al círculo más cercano al presidente, a sus aliados ideológicos.

Su política de privilegiar a los locales ofreciéndoles las acciones de empresas extranjeras no trajo como consecuencia una mejor vida para el hombre común, sino que terminó por abultar el bolsillo de sus compañeros políticos, familiares y funcionarios fieles. El clan Mugabe echó raíces profundas y tan devastadoras en la economía nacional como una vez lo hizo el colonialismo.

Discípulo aventajado de la escuela de los dictadores, como gobernante también ha sido vengativo e intolerante ante las voces discordantes

Discípulo aventajado de la escuela de los dictadores, como gobernante también ha sido vengativo e intolerante ante las voces discordantes. El líder político, nacido en la colonia británica de Rodesia del Sur, se presentó inicialmente como un "salvador" de pueblos pero devino en factor de odio y polarización para la sociedad que prometió representar.

El pasado año cargó la mano con la represión y las miles de personas que protestaron pacíficamente por las violaciones de los derechos humanos o el deterioro de la situación económica recibieron como respuesta golpes, arrestos y amenazas. El otrora revolucionario se tapó los oídos ante las quejas de los organismos internacionales, a fin de cuentas Zimbabue era su reino.

Sin embargo, desde ese momento sus días estaban contados pero no lo sabía o tenía la arrogancia de no quererlo ver. La gota que llenó la copa fue la defenestración la pasada semana de su vicepresidente Emmerson Mnangagwa y las evidencias -cada vez más marcadas- de que el sátrapa apostaba por transferir el poder a su esposa, Grace Mugabe, de 53 años.

Con la caída en picado de la salud del presidente las pugnas por el poder se han desatado y cada parte, los seguidores de Grace o los que apuestan por Mnangagwa, solo busca un fin: hacerse con el control de Zimbabue, un apetitoso trozo del pastel africano.

Con la caída en picado de la salud del presidente las pugnas por el poder se han desatado y cada parte solo busca un fin: hacerse con el control de Zimbabue

El miedo al otro hace que estos caudillos se refugien en su núcleo familiar, vuelvan a la confianza de su círculo más estrecho para pasar el bastón. Sucesores que les garanticen continuidad, protección e impunidad para siempre.

Como todo final de un régimen autoritario, el de Mugabe está lleno de contradicciones. Mientras algunos medios de comunicación informan de que el mandatario estaría preparando su dimisión y negociando la salida de su esposa, otros aseguran que la situación está controlada en aras de salvar la soberanía nacional junto a un proyecto de país.

"Queremos dejar muy claro que esto no es una toma de poder militar del gobierno. Lo que las fuerzas de defensa de Zimbabue están haciendo es pacificar una situación política, social y económica degenerativa en nuestro país, que si no se aborda puede dar lugar a un conflicto violento", agregó un comunicado castrense.

La Plaza de la Revolución se muestra hoy cautelosa en declaraciones sobre lo que ocurre en Zimbabue

Un documento hecho público este jueves y firmado por 115 organizaciones de la sociedad civil de Zimbabue pide a Mugabe que dimita y a los militares que restauren el orden constitucional para finalmente lograr la añorada transición democrática. Es parte del grito desesperado de una nación agotada por el excesivo protagonismo de un hombre.

Hace un año, Mugabe asistió al funeral de Fidel Castro, camarada de ruta autoritario, quizás como quien participa en sus propias exequias. Un dinosaurio decía adiós a otro fósil del siglo XX.

Cada vez que Mugabe fue condenado por los organismos internacionales por adulterar las elecciones y eliminar las voces críticas, La Habana siempre estuvo de su lado. El sátrapa africano ha mantenido por décadas un intercambio de favores con la Isla que ahora empieza a tambalearse.

La Plaza de la Revolución se muestra hoy cautelosa en declaraciones sobre lo que ocurre en Zimbabue. Los noticiarios de la Isla aún no condenan a los perpetradores de la prisión domiciliaria de Robert Mugabe. Están al acecho de que un nuevo caudillo emerja, para tenderle la mano solícita y cómplice.

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