El oficialismo contempla aliviado el Congreso del Partido Comunista de China

La Plaza de la Revolución sabe que la Isla no volverá a tener un aliado como la Unión Soviética, aunque para Raúl Castro es un alivio confirmar que no está solo en el planeta

Xi Jinping abrió el XIX Congreso del Partido Comunista Chino con un discurso de más de tres horas. (EFE/How Hwee Young)
El Gobierno cubano ve en China a un aliado fiable, cuyo presente Congreso es signo de continuismo y estabilidad. (EFE/How Hwee Young)
Reinaldo Escobar

18 de octubre 2017 - 17:10

La Habana/Cuando en el Gran Palacio del Pueblo de Pekín se inició este miércoles el XIX Congreso del Partido Comunista Chino (PCCh), con la hoz y el martillo como elemento dominante en la decoración, el oficialismo cubano respiró calmado. La Habana apuesta porque la cita partidista garantice la continuidad del sistema en el gigante asiático y ponga contra las cuerdas el poderío de Estados Unidos.

El Gobierno de Raúl Castro necesita que el cónclave del PCCh afiance el protagonismo de Pekín a nivel internacional y que "la solución china" renueve los aires de la apagada utopía comunista para plantar cara al "avance del neoliberalismo". El lema del presidente chino, Xi Jinping, "una sociedad modestamente acomodada" tiene aquí la versión de "un socialismo próspero y sostenible".

Con esas expectativas, la ortodoxia nacional se sintió tranquila al escuchar el discurso inaugural de Xi Jinping, quien proclamó ante 2.300 delegados que en sus próximos cinco años continuarán las mismas políticas que en su primer lustro de mandato, aunque más marcadas, y que no habrá espacio para la divergencia.

Este último punto resulta tranquilizador para el Gobierno de la Isla, que ha copiado muchos de los métodos represivos chinos, especialmente los relacionados con el control de Internet, la censura contra páginas digitales y la creación de un amplio ejército de ciberpolicías para controlar o incidir en las opiniones de los internautas.

El Gobierno de la Isla, ha copiado muchos de los métodos represivos chinos, como el control de Internet, la censura contra páginas digitales y la creación de un amplio ejército de ciberpolicías

Sin embargo, lo más importante para el Partido Comunista cubano es contar con su contraparte china en medio de un escenario internacional cambiante y a pocos meses de la salida de Castro de la presidencia. La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y el retroceso en el deshielo diplomático entre ambas naciones obliga también a mirar hacia otro lado, sobre todo con una Venezuela que cada día se hunde más en los problemas económicos y la volatilidad política.

Ese aliado estable es China, cuyo presente Congreso es signo de continuismo y estabilidad, una potencia lo suficientemente lejana para no representar una amenaza a la soberanía y dispuesta a sacar la cara por La Habana en los foros internacionales. Un país que se aventura a cerrar acuerdos económicos con la Isla, aunque sin la magnánima generosidad de la extinta Unión Soviética.

La relación que actualmente mantienen ambos regímenes está marcada por cierta dosis de amnesia que les hace olvidar que años atrás los chinos no eran vistos por estos lares como aliados sino como un peligro para la causa del comunismo. Los amigos de ahora fueron rechazados hasta hace muy poco.

A inicios de 1965, Fidel Castro denunció la distribución de propaganda política que hacía la embajada de la República Popular China entre altos mandos de las Fuerzas Armadas y, unos meses después, el líder cubano despotricó contra la nación asiática por la disminución en la venta de arroz a la Isla.

En 1977, Castro aseguró en una entrevista con la CNN que Mao Zedong "destruyó con los pies lo que hizo con su cabeza durante muchos años", actuación que "algún día la gente de China y el Partido Comunista de China tendrán que reconocer", predijo.

Después de décadas de distanciamiento en la relación, La Habana y Pekín volvieron a acercarse a partir de 1989

Después de décadas de distanciamiento en la relación, La Habana y Pekín volvieron a acercarse a partir de 1989 y seis años después Fidel Castro hizo su primera visita de Estado a China. Las referencias a los desencuentros fueron borradas de los libros y las publicaciones oficiales.

Hoy en día resulta difícil encontrar en alguna biblioteca uno de esos manuales elaborados por el Partido Comunista de Cuba en que tachaba al maoísmo de " corriente contrarrevolucionaria". El documental de factura soviética titulado La larga noche sobre China también ha salido convenientemente de circulación.

Esta semana, cuando varios estudiantes de lengua china se acercaron a la embajada de este país a pedir documentación pública sobre el XIX Congreso, ni siquiera se les invitó a pasar. Solo les respondieron que debían pedir una cita con antelación. Amén de ese incidente, en las calles apenas se levantan expectativas ante el Congreso en Pekín.

En general, los cubanos tienen la convicción de que la muralla china no se desplomará como el muro de Berlín y que la reformas que acarreará este cónclave no traerán la democracia a ese país. Por su parte, la Plaza de la Revolución sabe que la Isla no volverá a tener un aliado como la Unión Soviética, aunque para Raúl Castro es un alivio confirmar que no está solo en el planeta.

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