¿Qué pasará en Cuba?

Las nuevas generaciones serán los ciudadanos de esa Cuba del futuro. (Franck Vervial/Flickr)
Las nuevas generaciones también tendrán que definir que pasará en Cuba. (Franck Vervial/Flickr)
Reinaldo Escobar

16 de mayo 2015 - 07:30

La Habana/En la contraportada de un ejemplar del I Ching aparecían ejemplos de preguntas que podían consultársele a ese oráculo chino. Interrogantes como ¿Debo casarme con X? ¿Es el momento para hacer un viaje a Y? o ¿Qué sucederá en Cuba? Los lectores de esa edición, de hace 43 años, han tenido tiempo de comprobar por sí mismos con quién comparten finalmente su vida o el lugar a donde terminaron yendo de vacaciones. Muy distinta ha sido la situación de quienes interrogamos al libro agorero sobre el destino de esta isla.

La pregunta escrita en esa carátula no ha dejado de perseguirme, como a tantos otros cubanos. Desde inquietos extranjeros que pretendían practicar el español y concluían queriendo saber sobre el destino nacional; hasta periodistas extranjeros, cubanólogos de todas las tendencias, académicos de varias disciplinas y políticos o diplomáticos de carrera, procedentes de cualquier parte del mundo. En un momento u otro de nuestra conversación siempre deslizaban la cuestión ¿Qué pasará en este país?

Después del 17 de diciembre de 2014 la interrogante ha cobrado nuevos bríos. Las hipótesis sobre los posibles escenarios van dejando atrás las variables del inmovilismo eterno, la invasión extranjera o la explosión social. A la par ha ganado credibilidad la presunción de que la fuerza generadora de cambios vendrá desde arriba, de forma más o menos controlada y con el beneplácito crítico de los antiguos enemigos exteriores. Pero eso lo podría predecir cualquiera. Faltan los detalles.

Las hipótesis sobre los posibles escenarios van dejando atrás las variables del inmovilismo eterno, la invasión extranjera o la explosión social

Todo apunta a que el 24 de febrero de 2018 Cuba estrenará mandatario elegido bajo las reglas de una nueva Ley Electoral. Las características de quien ocupe esa responsabilidad estarán determinadas por el carácter más o menos democrático que tenga la nueva normativa. En caso de que se mantenga la comisión de candidaturas que confecciona la lista de candidatos a diputados, se siga prohibiendo a los candidatos exponer sus programas y se prolongue la actual forma en que la Asamblea Nacional designa al presidente del Consejo de Estado, entonces en la silla presidencial se sentará alguien designado desde el poder.

Si por el contrario la Ley Electoral permite que diferentes agrupaciones políticas consensuen sus propias plataformas programáticas, casi de manera automática tendrían que desaparecer las comisiones de candidatura a todos los niveles y habría aspirantes a parlamentarios compitiendo por el voto popular. En un escenario donde el presidente dependa directamente del voto de los electores, con la posibilidad de optar entre varios aspirantes, ya no habrá que preguntarse cuál será el favorito del poder, sino quién será el preferido del electorado.

Dado el caso que se produzca tan ansiada apertura política, ¿cuáles serían las presumibles tendencias que entrarán en competencia y cuáles las que tendrán mayor aceptación? Dependerá de varios factores. Por una parte del grado de libertad de expresión y asociación que se implante en el país, como complemento indispensable para el funcionamiento efectivo de una nueva Ley Electoral. Por otra parte influirá de manera crucial el nivel de agotamiento y la capacidad de reciclaje de los comunistas que, como partido único, han sido durante muchos años “los preferidos por ley”.

Para despejar esa fórmula se debe considerar también el acceso a los medios de difusión y la tenencia de recursos económicos para financiar campañas políticas donde saldrían a la luz liberales, socialdemócratas, democratacristianos, ecologistas y hasta anexionistas.

Los párrafos anteriores pudieran ser catalogados de política-ficción, incluso de delirante optimismo, pero no por eso dejan de ser una hipótesis probable a largo plazo. Pero si se deja a un lado el catalejo del mediano plazo, lo que sucederá en 2018 dependerá también de otro evento al que todavía se le presta poca atención: el séptimo Congreso del Partido Comunista, que habrá de realizarse en abril del próximo año.

En menos de un año podríamos conocer el nombre de quien sería “el candidato del partido” para dirigir la nación a partir de 2018

En “la magna cita de los comunistas cubanos” pudiera haber sorpresas y una de ellas sería la retirada de Raúl Castro al frente de la organización. En la Primera

Conferencia del Partido, en enero de 2012, se estableció “definir los límites de permanencia por tiempo y edades, según las funciones y complejidades de cada responsabilidad”. El documento precisa que será necesario “limitar a un máximo de dos períodos de cinco años, el desempeño de los cargos políticos y estatales fundamentales” pero no especifica la edad límite para mantenerse en un cargo.

Por esa razón el general debe abandonar la presidencia en 2018 y, aunque le cabe el derecho de tener un segundo mandato como primer secretario del PCC, pudiera esperarse que decline la posibilidad de ser reelegido, para evitar que los 90 años, o incluso la muerte por vejez, lo atrapen al frente del partido.

Si le otorgamos a Raúl Castro el beneficio de la duda y aún más, esa dosis de responsabilidad y pragmatismo que le atribuyen sus simpatizantes, en menos de un año podríamos conocer el nombre de quien sería “el candidato del partido” para dirigir la nación a partir de 2018. ¿Miguel Díaz-Canel, Bruno Rodríguez, Marino Murillo, o algún cuasi desconocido cuadro provincial? Al menos se puede apostar que no será José Ramón Machado Ventura, quien tiene la triste reputación de haber mantenido el pie puesto sobre el freno de las reformas y que saldría del aparato por las mismas razones y en el mismo momento en que lo haga Raúl Castro.

En julio de 2006, Raúl Castro sustituyó “provisionalmente” a Fidel Castro cuando este se enfermó. Nadie podía vaticinar entonces todo lo que traía el hermano menor en su cartera. Era difícil suponer tanta diferencia entre dos hombres de la misma generación, con biografías tan parecidas, con tantas culpas y tantos méritos compartidos y con discursos tan similares.

No es desacertado entonces creer que aquel que venga detrás de Raúl pueda aportar propuestas cuyo grado de diferencia sea aún más elevado, aunque inaugure su mandato con promesas de continuidad y lealtad eterna al legado de sus antecesores. Las novedades que introduzca el relevo marcharán en la misma dirección que trazó Raúl Castro, encaminadas a reconocer las leyes del mercado, pero podrían ser más profundas y veloces.

En los 22 meses que median entre el VII Congreso del Partido y las elecciones de 2018 es posible que ocurran los más importantes cambios en el terreno político

El 26 de diciembre de 1986, al clausurar la sesión de la Asamblea Nacional del Poder Popular, Fidel Castro dejó escrita para la historia la frase de “Ahora sí vamos a construir el socialismo”. Treinta años después, el lema pudiera ser superado por la idea de “Ahora si vamos a cambiar el socialismo.”

En los 22 meses que median entre el VII Congreso del Partido y las elecciones de 2018 es posible que ocurran los más importantes cambios en el terreno político, en primer lugar la nueva Ley Electoral, que es la punta del hilo de una trama aun indescifrable y en segundo lugar, y más importante aún, una nueva Constitución de la República.

La nueva ley de leyes tendría que empezar por eliminar o redactar de forma menos antidemocrática el Artículo 5 de la actual Carta Magna, que le concede al PCC la facultad de ser “la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado”. Si no cambia eso no habrá cambiado nada esencial.

Sin embargo, si algo así ocurriera, entonces la figura que emerja como sustituto de Raúl Castro en la dirección del PCC no tendría que ser el próximo presidente de la nación, lo que no significa que el puesto lo alcance un opositor. Se empezará a atisbar, al menos, una separación de poderes.

En la dirección de nuestro rumbo soplan vientos desde y hacia divergentes direcciones. La atracción fatal la ejerce en primer lugar Estados Unidos, donde juegan un papel notable los intereses económicos de quienes están dispuestos a tranzar en casi todo para asegurar una parte del pastel y, en contraposición, una clase política con tendencia a exigir la capitulación del “régimen castrista”. La Unión Europea ha venido jugando con una postura complaciente con el Gobierno, quizás con la ilusión de arrancarle compromisos en el respeto a los derechos humanos.

Rusia y China, en su compartido afán de posicionarse en América Latina, ven en Cuba una base prometedora, pero sin que existan los compromisos ideológicos inconmovibles de los años de la Guerra Fría. Les mueve la búsqueda de clientes para sus mercancías, donde Brasil, México o Colombia pueden resultar más atractivos dado el volumen demográfico y el superior poder adquisitivo de su población consumidora.

Ya nadie está interesado en el modelo cubano, aferrado al pasado y encorsetado en una ideología marxista leninista a la que no se atreve a renunciar

Otro aspecto del carácter externo de las variables del cambio son nuestras relaciones con América Latina, donde ya no somos ni pretendemos ser “el faro y guía del continente”. De centro de subversión hemos pasado a ser sede de conversaciones para solucionar conflictos, mientras Venezuela con su programa de subvenciones petroleras nos ha desplazado como fuente de influencia regional. Ya nadie está interesado en el modelo cubano, aferrado al pasado y encorsetado en una ideología marxista leninista a la que no se atreve a renunciar.

El detalle que casi nadie investiga es qué quiere la gente. Ese “cubano de a pie” que lucha por sobrevivir y sonríe por encima de todas las mordazas. Si me viera obligado a decir mi opinión, por encima de lo que debiera entenderse como políticamente correcto, no me quedaría más remedio que decir que esa es, lamentablemente, la menos determinante de todas las piezas que hay sobre el tablero, aunque a todas luces es la más importante.

La gente aceptará entre protestas y aplausos lo que suceda de una vez por todas. Después, cuando dejemos atrás el analfabetismo político y ascendamos al peldaño de ciudadanos empoderados, entonces tendrá sentido responder la pregunta de qué queremos. Con esa respuesta por delante sabremos finalmente lo que pasará en Cuba. Para entonces no habrá que consultar ningún oráculo y los retos de la nueva realidad apenas dejarán tiempo para interrogar al I Ching.

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