Las revoluciones y lo democrático

Entrada de Fidel Castro en La Habana en 1959. (Archivo)
Entrada de Fidel Castro en La Habana en 1959. (Archivo)
Regina Coyula

19 de mayo 2016 - 10:29

La Habana/Se observa un hombre que siempre habla de patriotismo, y para quien nadie es patriota,o solamente lo son los de cierta clase, o cierto partido. Recelemos de él, pues nadie afecta más fidelidad, ni habla más contra los robos que los ladrones

Félix Varela (en El Habanero, 1824)

Mirar la superficie tranquila de la sociedad cubana ofrece una engañosa impresión. El inmovilismo solo se localiza en el Gobierno y el Partido; y ni siquiera allí es muy fiable. No es de dudar que muchos militantes participaron y observaron el VII congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC) con la esperanza de cambios y, visto el rumbo de la mesa presidencial, disciplinadamente (y resignadamente, por qué no), votaron una vez más en unanimidad.

Fuera de ese contexto, donde se dice una cosa pero se puede estar pensando otra, existe ahora mismo un debate muy interesante en el que todas las partes creen tener la razón. Los conceptos más utilizados para defender las tesis opuestas pueden abarcarse en las percepciones de revolución y democracia, que cada quien conceptualiza según su línea de pensamiento.

Hay generalidades que son inmanentes a un concepto en sí. En el caso del concepto de revolución, se trata de un cambio drástico dentro de un contexto histórico para romper con un estado de cosas generalmente injusto. Aunque se trata de un proyecto colectivo, las revoluciones no siempre cuentan con un apoyo masivo; no es hasta su resolución que la gran mayoría de los ciudadanos se incorporan.

Aunque se trata de un proyecto colectivo, las revoluciones no siempre cuentan con un apoyo masivo; no es hasta su resolución que la gran mayoría de los ciudadanos se incorporan

Dicho esto, desde las posiciones oficialistas se sigue hablando de la revolución que derrocó a la tiranía de Batista e inició profundas transformaciones en Cuba como un hecho en continuidad. Ese grupo se cree aun dentro del marasmo revolucionario, pero, ¿acaso puede un país vivir en revolución permanente? Una consecuencia inmediata de la revolución social es el caos; todo es cambiante, y una nación luego de vivir un proceso revolucionario necesita estabilidad para volver a la senda del progreso, aspiración natural de la sociedad y del individuo. La revolución de 1959 se convirtió en gobierno hace muchos años y sus jóvenes líderes hoy son ancianos que en el largo tiempo en el poder aseguraron mecanismos para el control del país. Puede haber nostalgia por no haber estado allí o puede que sea cómoda la idea de que cometer errores y aplicar malas políticas se justifica como un efecto propio del momento revolucionario.

Es aquí donde interviene la democracia. Sea del tipo que sea, debe caracterizarse porque las decisiones populares sean efectivas; directamente o a través de los mandatarios electos por voto. Y también dialécticas. No puede insistirse en seguir con la ropa infantil cuando se es adulto. Es también ampliamente aceptado el concepto de Norberto Bobbio, que sin derechos humanos reconocidos y protegidos no puede existir una verdadera democracia, y que cuando seamos ciudadanos del mundo y no de un Estado, estaremos más cerca de la paz.

No vivimos en un país democrático por mucho que se quiera minimizar la falta de libertades por culpa del "bloqueo", "la amenaza imperialista" y novedades como "matriz de opinión" o "guerra mediática". Porque la democracia es una sombrilla que debe proteger también a las minorías de todo signo. Vestigios de marxismo-leninismo en esta marcha a trompicones hacia un capitalismo sin democracia, vemos en la versión libre de la idea encerrada en este inquietante párrafo de una carta de Engels a August Bebel que pretenden aplicar desde el poder a quienes lo adversan: mientras el proletariado necesite todavía del Estado, no lo necesitará en interés de la libertad, sino para someter a sus adversarios, y tan pronto como pueda hablarse de libertad, el Estado como tal dejará de existir.

La democracia es una sombrilla que debe proteger también a las minorías de todo signo

¿Dónde quedan los derechos de las minorías? ¿Cómo saber si son minorías reales? Hasta ahora ha sido asunto de confianza dar por cierto el apoyo de la ciudadanía al Gobierno, pero llama la atención lo suspicaz que se torna ese Gobierno cuando se le pide transparencia.

De las polémicas que viajan de sitios de internet y de reuniones cerradas a los correos electrónicos y a los corros de interesados y de ahí al clásico rumor de calle, queda claro que se hace imperativo ampliar ese debate. El patriotismo no es monopolio estatal ni se refleja solo hablando de historia y honrando símbolos; mucho menos en el culto a la personalidad, que dicho de paso, este año promete cotas norcoreánicas.

Una de las ideas que se maneja en este debate es el peligro que entrañan las "transiciones no revolucionarias en nombre de la democracia", pero sí sabemos que esa preocupación la tienen los defensores a ultranza de este modelo que con terquedad insisten en llamar socialista, los que se sitúan en el antimperialismo de "ni tantico así" y duermen tranquilos sin buscar otros responsables al descalabro circundante; mi preocupación como ciudadana es no tener democracia en nombre de la Revolución.

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