Mercado a la sombra

Los vendedores callejeros son la última carta de una baraja comercial clandestina cuyo fin es la pura supervivencia

Vendedores en una parada de ómnibus en La Habana. (14ymedio)
Vendedores en una parada de ómnibus en La Habana. (14ymedio)
Lilianne Ruiz

20 de noviembre 2014 - 08:05

La Habana/A la sombra de los portales de la calle Galiano en La Habana, un joven muestra varias gafas de sol que ha encajado en un trozo de espuma de poliestireno, conocido popularmente como poliespuma. La improvisada vitrina se guarda en una maleta ambulante que puede transportarse fácilmente. A su lado, una muchacha pregona por lo bajo: "pasta dental Colgate, desodorante, agua de colonia".

De repente, el joven agarra la poliespuma con los espejuelos, como si de verdad se tratara de una maleta, y ambos caminan acelerando el paso y el pulso. Desaparecen dentro de un pasillo. Esperan. Pasados 15 minutos, salen y se colocan otra vez en algún tramo de la misma calle. Por el momento, han conseguido burlar la vigilancia de los inspectores y de la policía.

Venden clandestinamente sus mercancías para sobrevivir. Se arriesgan a ser detenidos por la policía, que les confisca los productos y les pone multas por "acaparamiento". Las multas pueden llegar a 3.000 pesos. Con frecuencia contraen deudas porque obtienen las mercancías de un suministrador "mayorista" para ganar, como máximo, de 1 a 3 CUC.

En muchas ocasiones son las aeromozas cubanas u otros trabajadores y funcionarios del Estado, con el privilegio de salir al extranjero y comprar en cualquier supermercado, los que junto a las "mulas", cada día más perseguidas, los que logran introducir por los controles de la Aduana algún lote de productos de primera necesidad. Los vendedores callejeros son la última carta de esa baraja comercial. "Vivimos del diario que logramos hacer. No alcanza para ahorrar. El que vive para la comida no puede comprar ropa y el que vive para la ropa, no puede comer", aseveran.

Ella tiene una licenciatura en enfermería y su carné de identidad la ubica en alguna dirección en la provincia de Ciego de Ávila. Por ese motivo no puede ser contratada como enfermera en la capital: "Yo pienso que desde Pinar del Río hasta Guantánamo es Cuba. Pero como no nací aquí (en La Habana), ni tengo dirección de aquí, no puedo trabajar. Estoy ilegal en mi país." Pero no se lamenta: "los salarios son tan bajos que tendría que salir de las guardias médicas para vender en la calle si quiero comprarme, por ejemplo, un par de zapatos."

"Yo pienso que desde Pinar del Río hasta Guantánamo es Cuba. Pero como no nací aquí, ni tengo dirección de aquí, no puedo trabajar. Estoy ilegal en mi país."

Él, por su parte, tiene una licencia de sastre y está autorizado a vender ropa confeccionada por modistas caseras. "Las licencias no significan nada en este país. Para vender ropa hecha te piden un montón de papeles para saber dónde compraste el hilo, la tela y hasta los botones. El Gobierno gana siempre y nosotros no hacemos más que perder. Te cobra impuestos por vender lo que autorizan las licencias pero también te está cobrando impuestos por los precios que fija a las materias primas. Por eso tenemos que comprar y vender en el mercado negro", explica. Las ganancias por la venta de ropa manufacturada son mínimas.

En enero de este año el Gobierno prohibió la venta de ropa y de cualquier otro artículo importado. Así que después de pagar la licencia de sastre con los consabidos impuestos, él sale a vender los espejuelos, dispuesto a correr delante de las autoridades: "Yo cojo estos espejuelos a 5 CUC para sacarle 2, a veces 3 CUC. No se los robé a nadie. Y si viene la policía, me los quita. Ya me los han decomisado como tres veces." A pesar de la persecución, tiene un poderoso motivo para seguir saliendo a vender: "Si me acuesto a dormir, nos morimos de hambre en mi casa".

Tiene un poderoso motivo para seguir saliendo a vender: “Si me acuesto a dormir, nos morimos de hambre en mi casa”

Ambos muchachos refieren que hay días en que no se vende nada: "El día entero de pie desde las 8 y media de la mañana hasta las 6 de la tarde, corriendo de aquí para allá: que si el inspector, que si el policía, que si la cámara."

Según dicen, hay cámaras instaladas en las esquinas. Por lo que ellos padecen la enorme desventaja de no poder ver a quienes les vigilan. La muchacha señala una columna: "Ese muro tapa la cámara que está en la esquina y por eso estamos parados aquí. Ya nosotros los tenemos calculados, porque si no te mandan a buscar por la cámara. Por ejemplo, mandan a buscar a la que tiene la blusa negra, que puedo ser yo." En este ambiente de tensión y miedo a ser descubiertos se desenvuelve esta economía de la subsistencia.

El Gobierno acosa a los vendedores ambulantes mientras corteja a los grandes emprendedores del capitalismo mundial. Cuba no luce atractiva para los que emprenden la vía económica de la mera sobrevivencia. Ni siquiera legalmente. Por eso, tantos jóvenes quieren irse de la Isla.

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