El segundo naufragio del 'Granma'

En la distancia, otro central desmantelado. (14ymedio)
En la distancia, otro central desmantelado. (14ymedio)
Reinaldo Escobar

22 de julio 2014 - 08:30

La Habana/Tuvo nombre de mujer y fatalidad de viuda. El central Carolina, en la provincia de Matanzas, no sólo molió por décadas caña de azúcar sino que dio sustento y prosperidad a todo un poblado. Al desmantelarse el ingenio, los antiguos trabajadores y vecinos han tenido que aprender a vivir en un pueblo fantasma.

Carolina era una más entre las 161 fábricas de azúcar que molían a mediados del siglo pasado. En total, la producción nacional se acercaba a los 5 millones de toneladas de azúcar por zafra. Los propietarios del central, los hermanos Miranda Blanco, nunca sospecharon que en octubre de 1960 la industria que levantaron con esfuerzo –propio y ajeno– pasaría a manos del Estado.

Imbuidos por el entusiasmo revolucionario, muchos creyeron que la nacionalización de la industria azucarera traería mayor producción y mejores condiciones laborales. En una asamblea donde se decidiría el nuevo nombre del Carolina, el obrero Piro Martínez propuso que el central debería llamarse Granma. La razón era que en el batey del Carolina había nacido y vivido sus años juveniles Luis Crespo, uno de los expedicionarios de aquella aventura. Así fue como el nombre de mujer fatal fue sustituido por la abreviatura de abuela en inglés.

La desaparición, a principios de la década de los noventa, del "mercado preferente" establecido con los países socialistas puso en crisis a toda Cuba, pero en especial a la industria azucarera. En 2002 comenzó la llamada Tarea Álvaro Reynoso destinada a desmantelar 64 de los 156 centrales azucareros entonces existentes. Cuatro años después de aquella decisión, solo sobrevivían 42 ingenios. El Granma fue uno de los elegidos para desaparecer.

Durante el desmontaje se efectuaron varias reuniones presididas por el entonces ministro del ramo, el general Ulises Rosales del Toro. En una de ellas un ingeniero pidió la palabra y retó al funcionario. "¿Ulises, sabe usted cuántos motores de 50 caballos de fuerza de corriente trifásica tiene un central? ¿Cuántos tornos, tejas de zinc, angulares, tanques de oxígeno y acetileno?" La pregunta no recibió respuesta. Entonces el hombre agregó con lágrimas en los ojos: "Pues si usted no sabe eso, cómo va a controlar que durante el desmantelamiento las piezas no sean robadas". Aquella interrogante incómoda parece estar flotando aún sobre lo que queda del viejo ingenio. La torre de la chimenea y los pilotes donde descansaba la nave principal son lo único que no pudieron arrancar del paisaje. Nadie en el pueblo sabe a dónde fueron a parar los medios básicos. Sólo se logró salvar un antiguo torno norteamericano, porque un vecino lo recuperó para realizar múltiples trabajos.

Rubén, un cochero que da viajes desde el cercano pueblo de Coliseo, recuerda con nostalgia los tiempos de bonanza y mira con ojos críticos el presente. "Este central hubiera podido seguir moliendo toda la caña de la zona. Ahora hay que mandarla a otro ingenio a 20 kilómetros y el azúcar que se le saca no alcanza para pagar ni el combustible del traslado".

Un pasajero del mismo coche introduce una nota dramática en el asunto "La cuenta que nadie saca es el daño que se le hizo a nuestra cultura local. Este pueblo vivía orgulloso de su central porque era el lugar donde se resolvían todos los problemas, desde soldar una pieza hasta pedir un camión para trasladar un mueble". Sus palabras terminan con una frase que lleva aún algo del sonido del trapiche: "¡Ni hablar de esos viejitos que deambulan por las calles mirando desolados hacia la torre, de la que ya no sale ni humo!".

Afuera en la carretera por la que se accede al poblado, se mantienen como símbolos una rueda dentada y un arco de hierro. Sobre él se puede leer el nombre de un central azucarero que ya no existe, coronado con una minúscula réplica del histórico yate naufragado.

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