Las dos caras de la postal - Diario de una repatriada 3

La recién restaurada catedral de Santiago de Cuba. (D. Deloy)
La recién restaurada catedral de Santiago de Cuba. (D. Deloy)
Dominique Deloy

02 de septiembre 2016 - 09:50

Santiago de Cuba/Hacía muchos años que no veía a la familia de mi esposo. Por eso viajamos a Santiago de Cuba, donde vive gran parte de ella. Al llegar, después de 17 horas en autobús y una suspensión rota, me esperaba una agradable sorpresa: la ciudad parecía más coqueta que hace diez años.

"Gracias a Sandy", dicen los santiagueros con el humor negro que los caracteriza, la ciudad se ha embellecido: una nueva estación de transportes, algunas casas alegremente pintadas, la catedral restaurada y su ángel regodeándose en ropas doradas. Me dijeron también que Sandy había limpiado las playas, y de hecho pudimos disfrutar de una de ellas, una maravilla de arena blanca sin basura, como nunca la habíamos visto antes.

También vimos –aunque esto no tiene absolutamente nada que ver con el terrible ciclón de 2012– obras de arte decorando las calles, pinturas, esculturas, lámparas de colores muy bonitas y, sobre todo, un paseo marítimo que da menos ganas de llorar que antes, donde ahora se puede pasear de verdad, ¡e incluso conectarse a internet! Además, se puede hacer una excursión en barco por la magnífica bahía por un precio bajo, en moneda nacional.

Cuando llegó el momento de visitar a la familia, me esperaba una amarga decepción al encontrarme con la otra cara de la postal

Por desgracia, cuando llegó el momento de visitar a la familia, me esperaba una amarga decepción al encontrarme con la otra cara de la postal: todos parecían vivir en las mismas condiciones que antes, y los jóvenes solo pensaban en escapar a otro país a cualquier precio para no vivir como sus mayores.

Mi tía Candita, a los 59 años, arquitecta y jefe de servicio en el Instituto de la Vivienda, sigue recibiendo el mismo salario que antes: no llega a 18 CUC al mes. Mi sobrina Glaydis tuvo una gran promoción: ahora es la gerente de una dulcería muy famosa en la ciudad, donde trabaja siete días a la semana por 13 CUC mensuales. ¡Y tiene suerte, porque puede traer pasteles a casa, pagándolos por supuesto! Mi primo Juan, que también terminó estudios superiores, es jefe en una gran empresa de muebles. Tiene 53 años y ha trabajado allí desde siempre: es el más afortunado de todos estos profesionales, pues gana 20 CUC al mes.

Me quedé pensativa y a mi regreso a La Habana, me fui al supermercado cerca de mi casa para anotar algunos precios, porque a veces mis amigos franceses no me creen. ¿Cómo se puede vivir con salarios diez veces más bajos que los de los países africanos? ¿Quizá los precios de los productos de primera necesidad han bajado de manera significativa? ¡Qué va! Son tan altos o más que en Francia. No hay que ser un gran matemático para darse cuenta de que Glaydis no puede más que adquirir en un mes, por ejemplo, una libra de queso, dos litros de jugo de piña y un pomo de detergente.

A veces siento que aquí todos están castigados. Pero, ¿qué hicieron?

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